lunes, 28 de marzo de 2022

LAS HEREDERAS DE LA SINGER, de Ana Lena Rivera


DATOS TÉCNICOS:

Título: LAS HEREDERAS DE LA SINGER

Autora: Ana Lena Rivera

Editorial: Grijalbo

Colección: Ficción

ISBN: 978-84-25360-97-8

Páginas: 512

Presentación: Rústica con solapas

 

 

Ana Lena Rivera (Oviedo, 1972), tras licenciarse en Derecho y Administración de Empresas en ICADE, Madrid, dedicó veinte años de su vida a ejercer como directiva en una gran multinacional, tarea que abandonó para dedicarse de lleno a la literatura, su gran pasión. En enero de 2019 publicó su primera novela, Lo que callan los muertos, con la que iniciaba la serie Gracia San Sebastián y con la que ganó el Premio Torrente Ballester y posteriormente se proclamó Finalista del Premio Tuber Melanosporum que entrega el Festival Morella Negra. En enero de 2020 publicó Un asesino en tu sombra, a la que seguiría una tercera novela, Los muertos no saben nadar, en marzo de 2021. En febrero de este 2022 ha publicado Las herederas de la Singer, una saga familiar protagonizada por cuatro mujeres, fascinantes todas ellas aunque no en la misma proporción, que se desnudarán ante nosotros para desvelarnos sus vidas, sus secretos e intensos fragmentos del tiempo que les tocó vivir.

Afirma un antiguo adagio que nadie elige a la familia en la que nace, si bien es cierto que, con el tiempo, uno tiene la potestad de elegir aquella en la que quiere vivir. Y eso es lo que hicieron las cuatro protagonistas de esta historia: elegirse ellas mismas como familia y abrazarse a una máquina de coser, primero como sustento, después como símbolo de esos secretos que todos llevamos y no siempre compartimos y de los obstáculos que nos pone la vida, quizás porque el ADN de la primera de ellas se forjó como las espadas de acero valyrio y las demás lo fueron heredando, como la Singer.

Y dado que esta es una saga familiar que abarca cuatro generaciones de costureras –las dos primeras auténticas, las dos últimas no, aunque expertas en reunir los jirones de su vida para transformarlos en un mar de posibilidades a base de puntadas y desgarros-, nada mejor que una frase del maestro Balenciaga para entender esta novela y así desgranarla:


- Arquitecta para los patrones:

Lo primero que llama la atención de esta novela, mucho antes de que conozcas siquiera a las protagonistas o su entorno, es la estructura. Salta a la vista en las primeras páginas, porque no es lineal ni por aproximación. Y sorprende. Porque aquí lo de hablar de que la novela comienza in media res, o que se recurre continuamente a analepsis (o flashbacks), prolepsis o dislocación del orden lineal de la narración (combinación de las dos anteriores) es casi una broma, porque casi podría decirse que es un festival de todas estas técnicas juntas elevadas a la quinta potencia, claro que con un gusto exquisito.

Está narrada en tercera persona con estilo indirecto libre y abundancia de diálogos, excepto cuando toma la palabra una protagonista en particular y este es un hecho que me ha resultado curioso, sobre todo cuando intentando descubrir qué es lo que diferenciaba un capítulo de otro -dado que esta novela es una sucesión de pequeños retazos de la vida de cada una de ellas, independientemente de que puedan coincidir en la secuencia más de una, de dos o de tres, y que estos se vayan alternando aparentemente sin orden ni concierto, de principio a fin -, me di cuenta que esos veintidós capítulos en los que se divide la obra siempre arrancaban con el testimonio de Ana, la tercera de la saga por orden de nacimiento.

Sin embargo, esa sorpresa inicial, en vez de una contrariedad se convierte rápidamente en una ventaja, porque da una fluidez a la trama que no os podéis imaginar y ese aparente desorden es su principal encanto.

Porque nada es casual en esta novela y eso se debe a que Ana Lena Rivera ha proyectado y medido con precisión matemática cada capítulo de esta novela, deconstruyendo una historia que podía haber resultado más fácil narrándola de la manera habitual, pero que al hacerlo de este modo contagia al lector de una sensación de viveza apabullante, mostrándonos un archipiélago de comportamientos ante la vida desde una perspectiva tan inusual como atractiva.

 

- Escultora para la forma:

En un artículo para VanityFair, Mariu Emilas, hija del que durante décadas fue mano derecha del maestro de la alta costura, comentaba acerca del libro que acababa de publicar que Balenciaga, una vez terminado el proceso de patronaje, "colocaba la tela sobre la modelo e iba dándole forma, como si esculpiera la prenda sobre su cuerpo" y que era una fase muy precisa, en la que se daba mucha trascendencia a los cimientos.

Algo similar hace Ana Lena Rivera con sus personajes, los va cincelando a golpe de ingenio y oficio, con el hándicap de que no solo se ha enfrentado al hecho de crear un protagonista y luego una corte de secundarios, sino que aquí estamos hablando de cuatro mujeres a cual más interesante, más unos secundarios de tronío que las humanizan más si eso es posible. Es verdad que una de ellas destaca sobre las tres, porque su vida es más azarosa y su personalidad desconcertante. Os hago una breve descripción de ellas:

- Aurora: Nacida en Turón, en 1922. Es hija única de Fructuoso, un minero conocido como Frutos, y Olvido. Es la personificación de la audacia, pero también muchas cosas más. De hecho, su historia, aparte de inolvidable, es impactante, pero más que por lo que le ha sobrevenido sin buscarlo, lo es por su actitud, por las veces que ha tenido que levantarse, porque es un personaje que siempre da la talla, para bien o para mal, aunque sea por sus imperfecciones o por no tener medida. A veces resulta odiosa, pero eso solo es quedarse en la espuma del mar. De nadie que haya vivido en sus condiciones puede esperarse tanta cordura a pesar de que a veces se le vaya la pinza. En mayo de 1940, con tan solo dieciocho años, se casó con Paulino Muñiz, un joven picador de veintidós años, huérfano de padres. Dos meses antes recibió como regalo de bodas una Singer de segunda mano a pedal, con mesa de trabajo incluida. Tuvo tres hijos (Águeda, Pedro y Paulino), a los que no prestaba la menor atención, ya que su única prioridad era la costura, que le permitía evadirse del mundo al ritmo que marcaba la máquina y con la que podían salir adelante en aquellos años infernales.

- Águeda: Es la integridad en persona. Nació en Turón, la noche de Reyes de 1941. Morena de piel, ojos tristes y pelo negro, tenía las orejas de soplillo, lo que unido a un cuerpo achaparrado y lo poco agraciada que era, pasó toda su vida acomplejada. Era muy reservada, porque pasó una infancia difícil, ya que su madre tenía el corazón como el pedernal y parecía disfrutar castigándola. Su única ilusión era su incipiente amistad con Florita y el cariño que le profesaba la abuela de la esta, Herminia.  Conoció a su marido en 1966, en el baile de las fiestas del Cristo y ese mismo día se enamoró de él para casarse pocos meses después e irse a vivir a Oviedo con él.

- Ana: Nació en Oviedo en 1968. Casada con Carlos Fresno, uno de los empresarios más punteros y una de las mayores fortunas del país. Tiene tres hijos, Alba, Carlos y Jesús. Es la rectitud en persona y muy voluntariosa. Estudió arquitectura en Madrid, pero nunca ejerció como tal, ya que una vez casada se dedicó en cuerpo y alma a cuidar la imagen de la marca Fresno, con la supervisión explícita de su suegra, Paloma Sánchez.  

- Alba: Desde el día que nació en Madrid, en 1995, fue una niña querida y deseada por todos, en particular por su madre y abuelas. Con la adolescencia empezó a convertirse en una rebelde impenitente, algo que mejoró levemente con el tiempo, aunque en la actualidad sigue siendo y transgresora por naturaleza y de convicciones firmes.

También será protagonista la vieja Singer, la máquina que ayudó en los primeros tiempos al sustento de la familia y que con el paso de los años se ha convertido en casi una pieza de museo, pero, sobre todo, por ser la depositaria de un secreto que custodia entre vetas y hendiduras y que mantendrá oculto a lo largo de los años.  Solo nosotros seremos cómplices de él, casi desde las primeras páginas, esperando inquietos el momento en que se desvele.  

Me dejo en el tintero a muchos personajes a los que he mencionado de refilón en muchos casos, como Jesus, Frutos, Carlos, Herminia o Florita. Pero también hay otros tantos, como Ramona, César, Ceferino, Paloma o Beva, que os aseguro que tienen como para escribir un libro de cada uno de ellos. Pocas veces he visto unos secundarios tan bien detallados, tan carismáticos y tan interesantes.

 

- Pintora para los dibujos:

Las herederas de la Singer es un fresco de la época en que se desarrolla, henchido de matices, pero también un viaje a través del tiempo y del espacio, sin obviar el universo emocional de las protagonistas que compartirás en algún tramo del camino. De ese modo, la historia nos remonta al siglo pasado, para descubrir a la primera de las protagonistas: Aurora, nacida en 1922, para continuar con Águeda (1942), Ana (1968) y Alba (1995). Ellas, a través de infinidad de anécdotas, nos relatarán su vida cotidiana y, al hilo de esa intrahistoria, seremos partícipes de otros muchos acontecimientos realmente históricos que contextualizan la narración para acercarnos a la sociedad de la época con ágiles pinceladas de etérea luminosidad, pero que no le quitan ni una pizca de lustre a la de ellas, porque el pasado se sustenta de las vivencias de personajes anónimos como las protagonistas de esta novela, capaces de atesorar en su experiencia vital la auténtica realidad; por otro lado, la acción comenzará en Turón, una parroquia perteneciente al concejo de Mieres, rodeada de inmensas montañas tupidas por un verde perpetuo en la cuenca minera asturiana para, pocos años después, trasladarnos a la señorial Oviedo, con escarceos estivales a Gijón y así acabar recalando en el Madrid más elitistas, pasando un breve período –teniendo en cuenta que la historia abarca prácticamente un siglo- en El Palmar de Troya, tan rocambolesco como el Papa Clemente.

 

- Música para la armonía:

Como decía cuando hablaba de la estructura de la novela, Ana Lena ha sabido arriesgar con el material con que contaba (la historia de cada una de las protagonistas), la proporción armónica (la manera en que ha ido ensamblando y simultaneando fragmentos de sus vidas que, a modo de teselas y a medida que vamos pasando las páginas se convierten en un mosaico perfecto) y el modo en que ha ido moldeando a los personajes para ofrecernos un relato que suena en ocasiones como la Cabalgata de las valkirias, cuando la autora nos lleva explorar los antagonismos  en las relaciones humanas y las más de las veces como El bolero de Ravel, por el modo en que utiliza diferentes orquestaciones para variar el orden de los hilos de cada trama y resolver un crescendo memorable.

Sin embargo, por los muchos temas que aborda, casi podría decirse que suena como un memorable popurrí en el que incluiría algunas de las piezas más famosas de la música clásica (clicando en el título podéis escuchar cada pieza):

- Quinta Sinfonía, de Ludwig van Beethoven: Una las piezas más famosas de todos los tiempos, capaz de ser reconocida por todo el mundo por sus cuatro notas preliminares. Una sinfonía de la que los críticos dicen que simboliza la llamada del destino tocando tu puerta. Una pieza magistral que, aparte de su inicio, tiene momentos muy intensos, otros dulces (los menos), pero que en su cuarto movimiento está considerada como una de las más notables composiciones heroicas de todos los tiempos, como la vida que llevaron las mujeres que se reflejan en esta historia, mujeres tan corrientes como reales, que tenían que bregar a diario con la injusticia por el hecho de serlo, porque en aquella época la violencia de género era el pan nuestro de cada día, porque el sometimiento, en todos los sentidos, era atroz. Y aún así resistían, porque era su destino. O eso creían.

- “En el salón del rey de la montaña”, compuesto como música ocasional para la obra Peer Gynt, de Henrik Ibsen por Edvard Grieg. Esta pieza también es conocida como “En la gruta del rey de la montaña”. Aunque esta pieza narra la bajada de Peer Gynt a una gruta enigmática, aprovecho el símil para mencionar a esas mujeres mineras, a las que Ana Lena Rivera rinde un emotivo homenaje en esta novela, que durante el franquismo fueron invisibles porque estaba prohibido que ejercieran este oficio, -que ya se sabía que el lugar de una mujer era en casa, criando a sus hijos y atendiendo a la familia-, pero que, en la práctica, era un hecho. Y en la mina, ya que estaban, desarrollaban los peores trabajos, cobrando la mitad y dando gracias para que el imbécil de turno no quisiera propasarse con ellas.

- “Dúo de las flores”, de la ópera Lakmé de Léo Delibes, porque del mismo modo en que se comportaban los oficiales ingleses durante la colonización británica de la India, allanando y profanando todo lo que encontraban a su paso, también lo hacían los soldados regulares africanos, la conocida como Guardia Roja de Franco, que operaba en España –y más concretamente en Asturias- con absoluta impunidad en aquellos tiempos de postguerra y, claro está, donde no hay justicia, aflora la venganza.

- “Para Elisa”, de Ludwig van Beethoven, una composición musical ágil y corta de corte romántico. Existe una teoría que mantiene que el nombre real debería ser “Para Teresa”, pero que hubo una confusión a la hora de transcribir el manuscrito original. Aunque hay varias teorías sobre la persona a la que va dedicada esta pieza, se sospecha que se trataría de una alumna del compositor, de la que se enamoró y declaró, claro que ella prefirió casarse con un noble austriaco, algo que, en otro orden, también sucede en Las herederas de la Singer, que trata el amor desde distintas perspectivas: desde los amores no correspondidos, a los matrimonios de conveniencia, así como a todos los imaginables.

- Preludio de la Suite para violonchelo solo Nº 1, de Johann Sebastian Bach: La primera de las seis suites para violonchelo compuestas por el músico alemán que están consideradas como una de las mayores obras jamás escritas para este instrumento y que en su época supuso toda una innovación, dado que, hasta ese momento, el violonchelo solo se utilizaba como acompañamiento, del mismo modo que es absolutamente original el modo en el que Ana Lena Rivera plantea muchos de los temas que en esta novela se desarrollan, aunque hay uno que me ha resultado toda una ocurrencia, como es el momento en que Aurora se marcha a vivir a El Palmar de Troya, en la época del Papa Clemente y sus locos seguidores y el modo que tiene de buscarse la vida a la sombra de la Iglesia Palmariana. Porque aunque Aurora no acuñó la frase “uno es lo que hace, no lo que dice”, la lleva impresa en su ADN.

Y podría seguir mencionando temas y música hasta aburrirte si no lo he hecho ya, porque me he dejado muchos en el tintero. Temas de gran calado que te harán amar esta historia, te lo aseguro.

 

- Filósofa para la medida:

Ana Lena Rivera es un verso suelto de la narrativa, una buscadora incansable de la palabra justa y el adjetivo correcto, de la prosa directa y las tramas sencillas aunque llenas de matices y, sobre todo, de los personajes contundentes y muy desarrollados, de los que parecen mostrar una fracción de sí mismos cuando son el infinito. Siempre tengo la sensación de que en sus novelas todo está sutilmente medido, tanto la historia que nos quiere contar como el modo en que lo hace, porque no te lo cuenta todo, sino que deja que tu imaginación ponga el límite. Porque Ana Lena Rivera es capaz de bucear en las procelosas aguas de la realidad más sórdida y, sin embargo, no encuentras ni un atisbo de morbo, porque hay tanta verdad en esta historia, que cuando terminas la novela eres consciente de que la has vivido sin trucos ni enredos, porque rezuma verdad.

Dicho lo cual y una vez contado lo que se puede contar, me viene a la memoria el encuentro que mantuvimos algunas yincaneras con Ana Lena Rivera durante la pasada Feria del Libro de Madrid. Estábamos ansiosas por comentar su última novela hasta ese momento, Los muertos no saben nadar, y también lo estábamos por conocer sus nuevos proyectos que, imaginábamos, rondarían en torno a un nuevo episodio de Gracia San Sebastian.

He de admitir que cuando nos habló de este libro, el cambio de registro me cayó como un jarro de agua helada. En cierto modo, me sentía un poco como la madre de la Pantoja. La había visto crecer a pasos agigantados desde aquel lejano mes de enero de 2019 en que publicó, Lo que callan los muertos (que tampoco ha pasado tanto tiempo, pero ya sabéis que soy muy intensita para mis cosas), hasta la tercera, en que había conseguido hacerse su sitio en este mundo tan complejo de la novela negra y dar un giro tan radical me parecía un desatino. Y yo, como madre de la Pantoja –insisto, aunque nadie me había pedido que ejerciera de tal-, no estaba dispuesta a admitir que “mi niña” dejase la copla para pasarse al heavy metal, ni a que cambiase las batas de cola por los trajes de cuero. Así que la espera, hasta que he tenido este libro en las manos y he podido leerlo ha sido desquiciante (escribir “desquiciada” junto a Kayena puede considerarse una reiteración), pero ahora, una vez digerido, habiendo descubierto con el pasar de los días las muchas capas que tiene la lectura, solo os puedo decir que es de las novelas más gratificantes que he leído en mucho tiempo. Su trama es oro puro, sus personajes, una delicia por su profundidad (y hablo de las cuatro mujeres, porque aunque parezca que una destaca más que las demás, a nada que le deis una vuelta a la historia de cada una, sentiréis lo mismo), los temas que se plantean son fascinantes y el estilo de la autora, impecable. Ana Lena ha demostrado no solo que es una todoterreno, sino que no tiene techo y yo seguiré apostando por ella, sin fisuras, porque lo que ha escrito solo se puede resumir escuchando el Nocturno Op. 9, nº 2 de Frédéric Chopin.

 


P.D.: Cada día tengo más claro que ordenar un trastero debería dejar de ser algo más que una asignatura pendiente, pero en el caso de esta autora, habría de ser una obligación permanente (podéis ver la explicación aquí).