DATOS TÉCNICOS:
Título:
PASTORES DEL MAL
Autor: Félix
García Hernán
Editorial: Alrevés
ISBN:
978-84-17847-61-6
Páginas: 390
Presentación:
Rústica con solapas
Félix García Hernán
(Madrid, 1955), cursó Derecho en la Universidad Nacional de Educación a
Distancia. Sin embargo, ha dedicado su vida a su auténtica vocación: la
hostelería. Partiendo desde muy abajo, ha llegado a dirigir los
establecimientos más emblemáticos de Madrid, como el Hotel Villa Real, el Urban
y el Only You. Ha formado parte del Consejo de Administración de la asociación
Small Luxury Hotels of the World y es miembro de la Junta Directiva y censor de
cuentas de la Asociación Empresarial Hotelera de Madrid.
Pastores del mal es su quinta novela y la segunda que
publica con la Editorial Alrevés. La anterior, Cava dos fosas (2020), obtuvo
el premio Estandarte.com al autor revelación del año y fue finalista en el premio Negra y mortal a la
mejor novela negra en español, por ser considerada como «uno de esos libros
donde la mano del autor hace que sea muy fácil de leer, pero difícil de
olvidar», si bien es cierto que todo esto después de haber recibido una
encendida acogida por parte de público y crítica.
Y dentro de ese
público entregado a la novela, nos encontrábamos nosotros, los integrantes de
la iniciativa #SoyYincanera, que
caímos rendidos ante su narrativa, su estilo y su trama y devoramos la novela como
si no hubiese un mañana. Nos enamoramos de sus protagonistas y lamentamos la baja
de algunos, porque todos los personajes, incluso los indeseables, eran inmensos.
Por ello, en cuanto supimos que había continuación de la novela, contamos los
días para tener la siguiente entre nuestras manos, para volver a disfrutar de
ellos y con ellos y con la prosa de Félix García Hernán, que se convirtió en un
escritor de referencia para nosotros.
Y lo primero que
conocimos, antes de tener físicamente el libro, fue su título, tan evocador o
más que el de la anterior que, curiosamente, aludía a la célebre frase de
Confucio: “Antes de comenzar un viaje de venganza, cava dos fosas”. Pues bien, si fuerte me pareció el primero en
su día por sus connotaciones con la trama, este segundo me provocó cierto
estremecimiento, porque teniendo en cuenta que el término “pastor” suele apuntar
claramente a un concepto religioso que aparece en muchas citas bíblicas, la figura del Buen
Pastor (en el Antiguo Testamento como advocación aplicada a Dios y en el Nuevo
Testamento a Jesucristo), el que el título mencionase justo lo contrario; es
decir, Pastores del mal, no hacía presagiar nada bueno. Algo más que obvio
que se corrobora tras leer las primeras páginas del libro, en las que te
describen una escena aterradora que deja patente la deriva a la que nos vamos a
enfrentar. Y te viene a la cabeza aquello de que cuando dejamos que los lobos
sean los pastores, la tragedia es inapelable. Y si las ovejas son niños,
estamos hablando de los crímenes más abyectos que se pueda uno imaginar.
Sin embargo, cuando
tuve el libro entre mis manos por primera vez, antes de empezar a leerlo, sentí
cierta zozobra, pues no tenía muy claro si el autor habría sido capaz, no ya de
superar –eso ni me lo planteé-, sino de
estar a la altura de lo narrado en Cava dos fosas. Me venía a la mente aquel famoso aforismo de Schiller: «No
existe la casualidad, y lo que se nos presenta como azar surge de las fuentes
más profundas», porque claro, podía entender perfectamente que su primera
novela con Alrevés hubiese sido su obra cumbre, una novela largamente meditada,
hilada con mimo, el resultado de mucho tiempo de trabajo y dedicación ideando
una historia sublime. De hecho, no sería la primera vez, ni la última, que un
autor triunfase con su opera prima y
luego fuese incapaz de mantener el nivel con las sucesivas. Y por ello me hice
a la idea, para curarme en salud, de que no se iba a dar la casualidad de que esta
novela fuese tan buena como la otra. Y, de ese modo, comencé a leer. Y nada más
pasar unas pocas páginas, comencé a fibrilar, algo que no dejé de hacer hasta
poco tiempo después de concluir su lectura.
Podría contaros que
la razón fue la primera escena con la que comienza la novela y en la que
descubrimos al padre Damián Isún. Un personaje que se nos presenta como si
estuviese viviendo una auténtica pesadilla sin saber que esta iba a producirse
pocas horas después. Cuando llega a su casa, en estado febril y con un aspecto
deplorable, intenta cenar, pero no puede, tiene los nervios desatados por la
abominable situación que lleva viviendo desde hace dos meses como consecuencia de
unas pesquisas que ha estado realizando y que le han llevado no solo al
desaliento más categórico, sino a cuestionarse su propia fe. El caso es que a
la mañana siguiente, cuando se despierta, descubre en su cama el cadáver desnudo
de Oriol Recasens, uno de sus alumnos, acompañado de unas fotos de ambos en
actitud cariñosa y un rosario propiedad del cura alrededor del cuello. Su
estupor no tiene límites, porque lo que ello implica deja a la escena de la
cabeza de caballo de El padrino, de
Mario Puzo, en un juicio de faltas en comparación con esta.
Pero no, esa no fue
la razón de mi fibrilación emocional, sino solo el detonante.
Podría contaros,
también, que la razón fue el reencontrarme con tres viejos conocidos, por no
llamar amigos, porque suena muy pretencioso. Tres personajes que prácticamente
me enamoraron en Cava dos fosas y de los que deseaba volver a tener noticias:
Javier Gallardo, Raúl Olaya y mosén Estanis. Unos personajes que, si todavía no
conocéis y os declaráis amantes de la novela negra, es que sois unos
inconscientes o algo peor, porque debería estar tipificado como delito
ignorarlos de esa manera.
El primero, Javier
Gallardo, de cincuenta y cinco años, que renunció a su trabajo como comisario
principal del Cuerpo Nacional de Policía meses atrás, ahora dedica su tiempo a
escribir una novela en la que plasmar la amarga experiencia que le supuso el
ser víctima, por triplicado, de un secuestro: el propio, el de su hijo y el de
su compañero y amigo. El segundo, Raúl Olaya, es inspector jefe del Cuerpo
Nacional de Policía. Es minucioso y tenaz, virtudes que parece haber heredado
de su maestro, aunque posee unas cuantas más que serán vitales en esta
historia. Además es leal por definición. El tercero, mosén Estanis, que sigue
siendo el sacerdote de las ocho iglesias románicas de la Vall de Boí. Fue
decisivo meses atrás en la resolución del secuestro de Gallardo, por eso no
tiene ningún reparo en pedirles ayuda cuando su mentor y amigo, el padre Damián
Isún se ve envuelto en asesinato sobrecogedor.
Pero no, esa no fue
la razón de mi fibrilación emocional, porque a esta lista habría que añadir
muchos otros personajes, taimados, maquiavélicos, perversos, de todo tipo y
condición, de esos que si hubiese una escala Richter de la maldad, la
reventarían, porque están tan bien perfilados, es tan nítida su encarnación que
son capaces de llevarte al encono y la aversión más absoluta.
Podría contaros, igualmente,
que la razón podría estribar en que desde que leí Cava dos fosas, me
cautivo el estilo de Félix García Hernán y ya supe de antemano que tenía que
leer esta novela. Su prosa os cautivará, porque es directa, adictiva, sin
dobleces ni grandilocuencia, pero, sobre todo, os atrapará por su pulso
vertiginoso mientras os pasea de Madrid, a Barcelona, pasando por Valencia o
Calatañazor, París o Roma, para acabar cruzando el charco y arribando en Nueva
York o Wisconsin, sin salir de casa y sin PCR previo.
Pero no, esa no fue
la razón de mi fibrilación emocional, porque ya conocía de antemano el talento
narrativo del autor.
Podría contaros,
entonces, que la razón radica en su trama, perfectamente urdida y que tiene su
razón de ser en el título del libro, porque mejor elegido, imposible. Porque Pastores
del mal trata sobre uno de los crímenes más abyectos que se pueden
cometer: la pederastia. Pero no se queda ahí. A lo largo de sus casi
cuatrocientas páginas vamos a ser testigos de cómo la corrupción institucional
campa a sus anchas y en nombre de semejante aberración se crea una organización
mercantil internacional que a modo de holding controla el negocio desde Nueva
York. La dirige su obispo: John Dawkins, uno de los miembros más reputados de
la Iglesia. La “delegación” española no es más que un simple tentáculo, pero
las pesquisas del padre Damián Isún pueden hacer tambalearse el imperio si no
se toman medidas de excepción. Y se toman, claro.
Cuando el padre
Isún relata a los policías el devenir de su investigación, estos toman
conciencia de que tienen que mantenerse al margen de la investigación oficial
para poder ayudarle, pues hay demasiada gente influyente y poderosa implicada
en la organización. El sacerdote deberá entregarse a las autoridades y dejar
que la maquinaria judicial siga su curso mientras ellos trabajan en la sombra. Será
un sindiós, pero merece la pena, os lo aseguro.
Pero no, esa no fue
la razón de mi fibrilación emocional, porque Félix García Hernán es un experto
a la hora de exponer la denuncia social y hacerlo ameno sacándote de quicio a
la vez por lo tremendo de las situaciones que narra, sin necesidad de recurrir
al morbo ni recreándose con escenas sórdidas.
Así que, habiendo
sopesado todos los escenarios posibles, os voy a contar qué es lo que me hizo
fibrilar emocionalmente:
Solo llevaba leídas
unas pocas páginas. El padre Isún salía huyendo de su casa dejando el cadáver
de Oriol Recasens sobre la cama para pedir ayuda a su amigo y discípulo mosén
Estanis. La situación era crítica, estaba claro, porque todo apuntaba a que
Isún tenía pocas posibilidades de salir bien parado. Estanis decide, entonces,
llamar a Javier Gallardo y Raúl Olaya, a quienes había conocido como
consecuencia del secuestro del primero y quienes, en su día, le ofrecieron su
ayuda en caso de que un día se encontrase en apuros. Estaba claro que el día
había llegado.
Y cuando se
encuentran y analizan la situación, comprenden que esa ayuda solo pasa por
actuar desde la sombra. Gallardo ya no es policía, ha abandonado el cuerpo hace
meses y aunque Olaya sigue en él, ambos saben, mejor que nadie, que a lo que se
enfrentan está muy por encima de sus posibilidades. Y eso que todavía no saben
hasta que niveles.
Y eso lo percibes
tú como lector y, al menos yo, me preguntaba, ¿qué necesidad tiene el autor de
complicarse tanto la vida? Podría haber escrito una novela sublime sin haberse
limitado tanto, sin ponerse a sí mismo palos en las ruedas. Simplemente, con
que hubiese buscado alguna argucia como que el caso pudiese haber recaído en
Olaya y que este hubiese podido contar con la colaboración externa del ex comisarío
habría servido, porque hubiese contado con toda la maquinaria y medios que la
Policía Nacional le habría proporcionado y, sin embargo, ha cogido el camino
más difícil. Y me iba agobiando a medida que la investigación se desarrollaba,
a medida que las trabas eran mayores y no parecía haber solución de
continuidad. Por otro lado, el tema que trata la novela es tan sórdido, tan
horrible, que la necesidad de que las pesquisas prosperasen era vital, porque
por mucha advertencia de que todo esto es producto de la imaginación del autor,
tú sabes que es más real que todas las cosas, porque este tipo de casos son más
comunes incluso de lo que pensamos.
Y entonces dejas de fibrilar, porque Félix García Hernán no solo consigue sus propósitos, sino que te deja con una
sensación de que incluso el crimen más horrendo, como es el de la pederastia,
puede tener respuesta porque siempre habrá hombres como Gallardo y Olaya
dispuestos no solo a restablecer el orden, sino a renovar la ilusión rota rehabilitando la apariencia que unos bárbaros, supuestos defensores de la moral,
habían destruido simplemente para saciar sus bajos instintos. Y lo hace con
oficio, con mucho oficio. Palabrita de yincanera.
Esta reseña
participa en la iniciativa:
Apartado: Todo es
posible en América
La corrupción es el
tema dominante.