DATOS
TÉCNICOS:
Título:
UN PERFECTO CABALLERO
Autora: Pilar
Eyre
Editorial: Planeta
Colección: Autores
Españoles e Iberoamericanos
ISBN: 978-84-08-21561-5
Páginas:
368
Presentación: Tapa
dura con sobrecubierta
Cuando empezó este confinamiento
provocado por el COVID-19 pensé que mi vida diaria se convertiría en una orgía
de papel, que leería por encima de mis posibilidades. Craso error y no
precisamente porque haya descubierto un nuevo mundo lleno de posibilidades, que
haya sido capaz de reinventarme y disfrutar de un montón de aficiones que creía
dormidas. No. La realidad es que he comenzado más de una docena de libros que, seguramente,
en otro momento menos disperso me hubiesen encantado, pero no hay manera, me
cuesta concentrarme un montón y, de reseñar, ya lo dejamos para otro lustro.
Por eso, y con las
expectativas por los suelos, me acerqué a la estantería donde algunos libros
duermen el sueño de los justos buscando alguna historia de esas que guardo para
momentos más amables. ¿He dicho “amable”? ¿Veis cómo tengo la cabeza? Pues eso.
El caso es que este
libro cumplía dos de las premisas que hacían que no me atrajera especialmente:
una era que transcurre durante la posguerra franquista, época con la que nunca me
he llevado bien; la otra era que a su autora la conocía no por su obra, sino como
persona mediática, algo que, a priori, suele echarme para atrás. No obstante,
ya sabéis quienes me conocéis bien que en cuestiones de literatura he hecho mía
aquella célebre frase de Groucho Marx: “Estos son mis principios y si no le
gustan, tengo otros” y, por ello, cuando me la recomendaron tan insistentemente,
allá por octubre de 2019, no pude resistirme a ella y ahora tengo
clarísimamente las razones: solo os adelanto que Un perfecto caballero es una de esas lecturas de las que no se sale
indemne y menos en estos tiempos de aflicción, porque, aunque seas incapaz de
leer dos páginas seguidas por la razón que sea, te atrapará en su trama y no
podrás dejar de leer.
Pilar Eyre (Barcelona, 1951) estudió Filosofía y
Letras y Ciencias de la Información. Ha ejercido el periodismo como columnista,
entrevistadora y reportera en diversos periódicos y revistas (Hoja del Lunes,
Mundo Diario, La Vanguardia, Interviú, El Periódico de Catalunya, El Mundo y
Lecturas) y ha colaborado también en varias emisoras de radio y televisión. Es
autora de numerosos libros, entre ellos Dos Borbones en la corte de Franco;
Secretos y mentiras de la Familia Real; Ricas, famosas y abandonadas; Vips:
Todos los secretos de los famosos; Mujeres, veinte años después; Cibersexo, La
reina de la casa y Franco confidencial. También es autora de las novelas Todo
empezó en el Marbella Club y Callejón del olvido, y de la biografía Quico
Sabaté, el último guerrillero. Sus relatos históricos Ena, Pasión imperial,
María la Brava y, sobre todo, La soledad de la reina la han convertido en todo
un fenómeno editorial. En 2014 resultó finalista del Premio Planeta con su
novela Mi color favorito es verte, que tuvo una gran acogida de los lectores,
al igual que su continuación: Nomeolvides. En 2018 Pilar Eyre publicó Carmen la
rebelde, una novela sobre la bella historia de amor que mantuvieron el rey
Alfonso XIII y la actriz Carmen Ruiz Moragas.
En enero de 1939,
las tropas de Franco entran triunfantes en Barcelona. Con ellas va Mauricio
Casasnovas, guapo como un artista de cine. Es el heredero de una empresa
textil, al que espera una mujer sumisa y un futuro dorado de noches en el
Liceo, los mejores sastres y fulanas de lujo. Pero la brutalidad de la guerra
ha abierto una grieta en su corazón que no deja de agrandarse. Mauricio, a
pesar de estar casado, conoce por primera vez el amor y la pasión con una
obrera de su fábrica, cuyo marido está encarcelado. Atormentado al no poder
poseer a esta mujer por completo, Mauricio comete un hecho terrible cuya culpa
lo perseguirá para siempre. Además, su vida conyugal esconde un enigma tan
devastador y sorprendente que ni él ni nadie ha podido sospecharlo jamás.
Pilar Eyre nos
invita a mirar por el ojo de la cerradura los secretos más ocultos, fascinantes
y vergonzosos de una Barcelona de contrastes, desde las orgías en el hotel Ritz
a las devotas misas de doce. La vida íntima de sus protagonistas en pisos
elegantes o en humildes cuevas. Criados y señores, pobres y ricos, honrados y
canallas cuentan su magnética historia con un final tan arrebatador como todo
el libro.
Era el amanecer del
26 de enero de 1939 cuando las vanguardias de los cuerpos de Ejército de
Marruecos, mandadas por el general Barrón, y de Navarra, comandada por los
generales Juan Bautista Sánchez González, Camilo Alonso Vega y José Asensio
Cabanillas, llegaron al
Tibidabo. Se encontraron una ciudad vencida, prácticamente exánime, porque cuatro
días antes el Gobierno de Negrín y la Generalitat habían sido evacuados,
mientras lo poco que quedaba del ejército republicano intentaba proteger la
línea del río Llobregat.
Uno de esos hombres
que marchaba “para liberar Barcelona del yugo rojo” junto al tercio de requetés
de Montserrat era Mauricio Casasnovas Feliú, un joven de tan solo veinte años
cuando empezó la contienda pero que ese día, para algunos glorioso, se sentía
un anciano. Melena rubia de rizos abundantes, guapo a rabiar, largas y
abundantes pestañas y barbilla partida como la de un galán de cine. A su lado
se encontraba Jaime Bofill, quien más tarde sería condecorado individualmente con
la Cruz Laureada de San Fernando y el causante de que se hubiese alistado con
los requetés antes de ser movilizado, junto con los de su quinta, por el
ejército republicano. Juntos lucharon en el Frente de Aragón, defendiendo la
posición de Codo.
Y en la actual
plaza de Francesc Macià, que cuando Mauricio marchó al frente se llamaba Hermanos
Badía y aquel mismo día de su vuelta pasó a denominarse Calvo Sotelo, observó la
ventana de su casa, aquel primer piso recién estrenado del emblemático edificio
en forma de herradura, donde se había congregado a vitorearles parte de su
familia: Conchita, la joven a la que sedujo la noche del 23 de junio previo al
alzamiento militar en los establos del Club de Polo y con la que se casaría
precipitadamente al quedarse embarazada; o su madre, de luto riguroso y más
avejentada que como la dejó; o su suegro, nadando y guardando la ropa a la vez,
sin significarse mucho no fuera a ser que este triunfo que hoy se constataba
fuese flor de un día. A su hermano Miquel lo encontró junto a un grupo de
adolescentes en el hoy desaparecido Club de Golf de Pedralbes.
En la Diagonal, frente
a la iglesia de Pompeya estaban los ocho hijos de un juez gallego, los Eyre:
las cinco hermanas: Marina, Esther, Maruja, María Dolores y Ofelia, así como
Antonio -el benjamín-, Paco –falangista sublevado-, y Vicente, amigo y
compañero de aula de Mauricio en el único curso de Arquitectura que comenzaron,
pero que la guerra truncó.
Y de pronto, en el
cruce de Diagonal con Paseo de Gracia, Mauricio quiso morir. Ante sí pasó su
vida como una exhalación: el pasado y el presente, mientras una tristeza
insondable le devoraba. No encontró armas con las que enfrentarse a un futuro
incierto y cayó inconsciente en medio de los aplausos a los vencedores. Fueron,
precisamente, las hermanas Eyre quienes lo recogieron junto a Jaime Bofill para
llevarlo al Hospital Clínico y más tarde a su casa. El médico de familia no
supo diagnosticar qué enfermedad sufría y le recomendó aislamiento y reposo
absoluto. Y así lo hizo durante semanas, aunque para ello su mujer, el niño, la
sirvienta, la niñera y su hermano Miquel fueron enviados a Can Prat, en Aguilar
de Segarra, una casona a medio camino de la demolición, rodeada de tierras de secano,
propiedad de Conchita por dote matrimonial y donde pasó su infancia junto “al Nuri”,
el hijo los guardeses de la finca.
La convalecencia
duró meses, hasta que su suegro le sacó del letargo en el que se hallaba sumido
con una arenga patriótica que galvanizó sus anhelos más primarios. Le apremió
para que tomara las riendas de esa fábrica, heredada de su padre que en los
días previos a la Guerra Civil -el 15 de julio de 1936-, decidió suicidarse. Un
hombre que trabajó con arrojo hasta ese momento, fiel al legado recibido como continuador
de una saga que se inició en el siglo XVIII haciendo fortuna en América para
luego establecerse en Sabadell, a orillas del río Ripoll y así aprovechar las
aguas subterráneas vitales para poder atender las actividades propias de la
industria textil.
Y Mauricio dejó de
ser Maurisiet para volver a la actividad como si no hubiese un mañana. Acudió a
la fábrica para reunirse con Molins, el encargado de la misma y el que la
mantuvo a flote durante los años que duró la contienda, así como con un pequeño
grupo de trabajadores a modo de comité de bienvenida. Y aquel día, 1 de abril
de 1939, en el taller de lavado, reparó en una de las obreras, Amparo. Y se enamoró perdidamente de ella, un poco más que nosotros, eso sí,
porque es un personaje conmovedor.
Le llevó su tiempo
conquistarla, pero lo consiguió. No fue fácil, porque Amparo Cortés, que
carecía de todo lo se compra con dinero, tenía dignidad a espuertas. Y nunca la
perdió, a pesar de convertirse en su “querida” (que quizás era la definición
más amable de cuantas se utilizaban en la época). Lo curioso es que cuando esta
relación se conoció por el entorno de Mauricio, la gente no se escandalizaba de
que Mauricio tuviese una amante, algo habitual en la época, sino de que se
hubiese enamorado de ella. Tampoco creáis que esta historia de amor es la
excusa perfecta para crear una urdimbre donde la lucha de clases salga a
relucir. No. Lo que esta situación origina es que podamos conocer el entorno de
uno y otro, con lo de crítica social implica.
Con Mauricio conoceremos
el ir y venir de la burguesía catalana. La de los ganadores. La que lo mismo
acudía a misa de doce con parada ineludible para tomar el aperitivo en el
Sandor que por la noche organizaba una timba de póker que acababa en orgía en
el Ritz en la que no faltaba ni el champán francés, la cocaína o las
prostitutas. Esa oligarquía que se movía en los escenarios más emblemáticos de
una Barcelona empeñada en soslayar una guerra que querían olvidar entre el lujo
y la diversión. La misma que acudía a Madrid, untando a quien correspondiera,
echando mano de cuantas corruptelas fueran necesarias para sacar adelante sus
negocios, sus fábricas. Porque lo de las puertas giratorias de hoy en día no es
un invento de este siglo, sino que tiene su origen en aquellos momentos. De
hecho, por la novela vemos desfilar algunos nombres ilustres, como el joven Juan
Antonio Samaranch, hijo de un empresario textil de Molins de Rey amigo del padre
de Mauricio, o Carlos Sentís, que aunque era periodista, acudía desde la
redacción de La Vanguardia al Círculo o al Liceo con su uniforme de alférez de
regulares, por poner un par de ejemplos, porque hay todo un elenco de
personajes que cuando los reconoces, bien por su nombre real o por otro al que
la autora se lo ha cambiado, te das cuenta que muchos de los que hoy entonan Els Segadors, como si les fuera la vida
en ello, son hijos o nietos de otros que en su día cantaban el Cara al sol vestidos con una camisa
azul.
Será a través de
Amparo como conoceremos la otra cara de la moneda, la de los perdedores. Ella era
maestra en Cieza antes de que comenzara la guerra. Emigró a Barcelona cuando
encarcelaron a su marido, Germinal, un profesor libertario y republicano
condenado a treinta años por un delito que no había cometido. Y llegó a la
Ciudad Condal andando, acompañada de un perro, con la única intención de
poderle visitar una vez a la semana en la cárcel Modelo. Nunca dejó de hacerlo,
hasta que este murió sin recibir un mínimo de atención. Como cientos de
personas en aquella época, recaló en Sabadell y empezó a trabajar en la fábrica
de Mauricio. Y vivía, como muchos otros inmigrantes que acudieron en oleadas a
las puertas de las fábricas deslomándose por un salario ínfimo que no les
permitía pagar un alquiler modesto, en las cuevas de Sant Oleguer, en
condiciones miserables porque esas infraviviendas apenas medían poco más que
cinco metros cuadrados, lo justito para dormir. Esta es solo una de las tremendas
situaciones que viviremos con su relato, pero hay algunas más. Ninguna buena.
Y es que Un perfecto caballero es una novela de
amor y de celos, de amistad, de perdón, de soledad, de penurias y de codicia,
que nos impele a mirar hacia el pasado, porque también es el relato de la
Barcelona de la posguerra, la radiografía de una época que tuvo que dejar en un
rincón olvidado lo más primigenio de su carácter, sus señas de identidad, para
adaptarse a los nuevos tiempos. Y lo hizo, con vencedores y vencidos. Todo esto
se relata con una precisión exquisita. Al estilo de la autora, fresco y brillante,
que no abusa de artificios ni adornos literarios, se suma la cuidadosa
información que Pilar Eyre ha ido recogiendo de sus propias vivencias, de sus
recuerdos más recónditos, de sus familiares, junto con una labor de documentación
delicadamente tamizada hasta el punto de resultar natural para el lector.
Y quiero incidir
precisamente en la parte más personal de la novela, porque la narradora de esta
historia no es otra que la propia autora quien, siendo niña, asistió como
testigo de excepción a conversaciones veladas que escuchaba detrás de las
puertas o, tiempo después, en las sobremesas rodeada de su familia y este libro
no es otra cosa que un sentido homenaje a los suyos, porque cada una de las
situaciones que se dan en la novela, son absolutamente reales.
Decía Arturo
Pérez-Reverte: “La derrota es algo
inherente a la condición humana, al hecho de vivir y de pelear. Por mucho que
venzas, siempre al final hay alguien que te derrota, siempre hay un Rocroi, por
mucho que triunfes siempre hay un iceberg esperando al Titanic”. Algo
similar ocurre en esta novela con Mauricio Casasnovas que, cual Titanic, navega
por las aguas procelosas en las que se ha convertido su propia vida, que le
ataca por diversos frentes: sus anhelos, las decisiones tomadas, muchas veces arriesgadas,
algunas equivocadas o los secretos en los que se ve envuelta su existencia, acaba
venciéndolo, a pesar de sí mismo. Y descubrirlo, en un final memorable, es toda
una experiencia lectora que te invito a que experimentes, cuanto antes, mejor.
Espero que encuentres más lecturas que te enganchen, a mí este libro me gustó cuando lo leí y me resultó interesante y recomendable .
ResponderEliminarEl problema de concentración creo que lo hemos padecido todos. Y también que todos pensamos que íbamos a leer mucho más, que ingenuos. Nunca he leído una novela de Pilar Eyre y reconozco que me causa cierta curiosidad. Compartimos prevención sobre famosos que escriben libros. Parece ser que este no es caso habitual. Un beso.
ResponderEliminarUna recomendación que me apunto, porque últimamente no leo nada, pero por lo que dejas ver la novela tiene garra. Un beso
ResponderEliminarBueno, como siempre sueles tener razón, empezaremos a dejar a Pilar Eyre en la estantería para leerla cuando se pueda. Lo cierto es que no lo he hecho por las mismas razones que tú, me tiraba para atrás su personaje. Me daré la oportunidad de rectificar. No me cabe duda de que el libro es bueno, y más aconsejado por tí, pero ¿sabes qué e pensado? que a veces los reseñadores le damos a un libro más valor añadido
ResponderEliminarHola.
ResponderEliminarSi te sirve de consuelo creo que somos unos cuantos a los que nos está costando concentrarnos en las lecturas. Respecto al libro reseñado me tienta la época y la historia en sí pero he intentado leer algún libro de esta autora y no he sido capaz de terminarlo así que no sé si me animaré a leerlo.
Un saludo.
Conozco a la autora, pero no he leído nada suyo. Tienes toda la razón, es difícil concentrarse en la lectura.
ResponderEliminarUn beso.
Pues no era una autora que me llamara mucho, que no me cae muy bien. Pero con tu reseña voy a empezar a pensar en darle una oportunidad.
ResponderEliminarBesotes!!!
Cuando me paso por tu blog me doy cuenta de lo curradas que están tus reseñas. Eres capaz de hacer una disección de la historia y hacer que tenga ganas de leerla. Me la anoto.
ResponderEliminarGracias y te mando un beso.
Hola, de Pilar Eyre leí hace varios años Mi color favorito es verte y no terminó de convencerme, esto unido a que la escritora no me cae especialmente bien, no pensaba volver a leer nada suyo, pero he cambiado de opinión con tu estupenda reseña, así que me llevo la historia. Espero que ahora que vamos camino de una vida más normal ( y cruzo los dedos), puedas poco a poco disfrutar nuevamente de la lectura. Besinos.
ResponderEliminarNunca he leído nada de Pilar Eire,... pero reconozco que tu reseña me ha dado razones para ello. Me ha encantado esa mezcla de una historia que nos es tan próxima y a la vez tan lejana. Me ha encantado!
ResponderEliminarVery nice post! Have a great weekend! 🌷🌷🌷 Stay safe! 🙏🙏🙏
ResponderEliminar¡Hola, hola! No he leído a Pilar Eire pero desde hace un tiempo lleva llamándome, aunque todavía no me animo. Por lo que cuentas parece una buena obra por la que comenzar, me ha dejado con ganas de más. Parece estar bien y ser muy interesante. Me lo apunto^^
ResponderEliminar¡Nos leemos!
XX ASH XX
¡Hola, cielo!
ResponderEliminarYo también creí que durante la cuarentena leería más, o al menos vería más películas o series, pero no estaría pasando. Anduve desganada y sin ánimos, pero por lo que leí en la bloggósfera a varies le sucedió lo mismo.
Qué bueno que a pesar de las casi nulas expectativas haya resultado una buena lectura.
¡Besos!
A mi con el personaje me pasa lo que a ti, con la autora aún no me he estrenado. Es una gran reseña la que has hecho de un libro que no dudo que sea magnífico, pero tengo un montón de pendientes en mi lista. Besos
ResponderEliminar¡Hola!
ResponderEliminarPues amiga, qué decir... deambulo por esas mismas calles... más vale sonreír y augurarnos tiempos mejores :)
Da gusto leer tus reseñas, aunque creas lo contrario puedo asegurarte que este coronavirus no ha mellado tu capacidad de escribir. En este caso no apuntaré el libro ya que lo llevo apuntado desde hace meses, pero gracias a tu hermosa reseña voy a otorgarle un ascenso en el escalafón de mis pendientes :))
Un besote, cuídate mucho ;)