DATOS TÉCNICOS:
Título: EL TIGRE Y LA DUQUESA
Autor: Jordi Solé
Editorial: HarperCollins
Colección: HarperCollins Thriller
ISBN: 978-84-9139-435-8
Páginas: 301
Presentación: Rústica con solapas
¿Concatenación de
casualidades o casualidades encadenadas? Lo mismo me da que me da lo mismo,
pero eso es lo que últimamente me está pasando a la hora de elegir los libros
que leo. Y que conste que no voy con ideas preconcebidas a la hora de optar por
una lectura o por otra, pero es que cada libro que abro guarda algún tipo de
relación con el anterior. Os explico:
Hace unas semanas
leí y reseñé Cava dos fosas, de
Félix García Hernán. Creo que el título es de lo más significativo si os digo
que es la puesta en escena de una venganza. Bueno, para ser exactos, la madre
de todas las venganzas, porque pocas veces he leído una historia cuyo tema de
fondo sea este y que esté tan bien ejecutado; es más, el título hace alusión,
obviamente, a una frase atribuida a Confucio que reza así: “Antes de comenzar
un viaje de venganza, cava dos fosas”. A esta historia la siguió la de Rick
Hunter en El jardín de los enigmas,
de Antonio Garrido y, ¡sorpresa, sorpresa!, en ella el protagonista de la misma
también lleva tiempo urdiendo otra y esa misma cita de Confucio sale a colación
en un momento de la trama. Por si fuera poco, en ella aparece un tigre,
aparentemente asesino. ¿He dicho tigre? ¿Es muy normal que aparezcan tigres en
las novelas actuales y más concretamente en dos thrillers actuales y
diferentes? Porque yo, desde que hace siglos leí Los tigres de Mompracem, de Emilio Salgari (la novela que dio origen
a aquella serie de televisión titulada Sandokán, el tigre de Malasia), no me
había tropezado con ninguno. Y, como en el juego de la oca, ahora estoy
reseñando un libro que no solo tiene al mencionado tigre, sino que también me
he encontrado con que unos de los grandes personajes de esta historia, el que
persigue al félido con ahínco, tiene su oficina en el mismo barrio londinense
que el protagonista de El jardín de los enigmas. ¿Casualidades encadenadas o
concatenación de de casualidades? Ahí lo dejo.
La inspectora Elsa
Giralt está hecha unos zorros. De ser la primera de la clase ha pasado a ver
cómo su marido la dejaba por su mejor amiga y su compañero quedaba tetrapléjico
tras un tiroteo en el que ella cree que pudo haber hecho algo más. Demasiado
castigo para alguien que no había hecho nada para merecerlo. Así que, ahora,
Elsa busca el olvido –momentáneo o definitivo, lo que llegue primero– en el
fondo de una botella de ginebra.
Pero la vida es
caprichosa y una mala mañana, precisamente a la puerta de su casa, aparece el
cadáver de una joven –un bellezón, todo sea dicho– que ha muerto con una
puñalada en el costado y una sonrisa en los labios: un binomio curioso que no
deja a nadie indiferente. Tampoco a Elsa, que se agarra al caso como a un clavo
ardiendo, consciente de que puede ser su última oportunidad antes de ver cómo
su carrera, y hasta su vida, se evaporan en la nada.
Con la ayuda
inesperada de Santi –otro poli a quien no le han contado que el tipo Harry el
Sucio ya no se lleva– empieza a tirar del hilo hasta descubrir que lo que parecía
otro caso de violencia machista está conectado con el reciente atraco a una
joyería en el que el botín superó los veinte millones de euros. Un golpe que
lleva el sello inconfundible de la banda de ladrones de joyas más audaz y
buscada del planeta: los veteranos de la guerra de los Balcanes mundialmente
conocidos como los Pink Panthers.
Posiblemente El Tigre y La Duquesa sea una de las mejores novelas policíacas que lea este año. Quienes me conocéis sabéis que no soy partidaria de hacer semejante tipo de afirmaciones y que suelo escandalizarme cuando veo a muchos hablar de haber leído “el libro del año” en enero, pero es que me ha gustado todo de ella: la trama, los personajes, la ambientación, el estilo… TODO.
Barcelona,
madrugada de una tibia mañana del mes de junio. En la Plaza del Duque de Medinaceli,
junto al Paseo de Colón, una joven de inapelable belleza es hallada muerta por Moha,
un barrendero africano. En un principio el hombre piensa que simplemente está
esperando a alguien. Lo parece por esos ojos que parecen mirar al infinito y
esa media sonrisa que embellece más, si eso es posible, su rostro. O por el
trolley azul eléctrico que todavía sostiene con una de sus manos. El hombre se
debate en si llamar o no a su supervisor o hacerse el loco y desaparecer de la
escena para que otro asuma el marrón. Y se queda perplejo cuando a los cinco
minutos de hacer esa llamada se presenta en el escenario del crimen Elsa
Giralt, una Mosso d'Esquadra que, casualidades de la vida, vive justo enfrente
y trabaja en la comisaría de Ciutat Vella.
Poco después llega
un coche patrulla, del que salen dos agentes, viejos conocidos de Giralt. No
obstante, dado que ella ha llegado primero, será la que se quede con el caso,
por lo que abandonan la escena. Ocurre igual con otro agente que ha escuchado
el código 10-200 para que la policía acuda a un determinado lugar en la emisora
de su vehículo y lo ha atendido. Se trata de Santi González, de la comisaría de
Sants-Montjuic, un joven de unos treinta años, que, como ella, parece al borde
del desahucio emocional: viste con ropa de calle, aunque del día anterior y
tiene los ojos inyectados en sangre. Y la empatía –o la conmiseración, quien
sabe-, surge entre ellos. O al menos por parte de Elsa, que ve en Santi a su
alma gemela. Y él aprovecha la coyuntura para ofrecerse a trabajar en este caso
con ella. Y ella le traslada la petición a su jefe, el subinspector Santacana, que
acepta para ponérselo fácil a pesar del papeleo que eso puede generar, pero dadas
las circunstancias por las que atraviesa su compañero, Nicolau, que se
encuentra hospitalizado y tetrapléjico, quiere aprovechar el que por fin ella
muestre tanto interés en trabajar con alguien.
Pero esto solo será
el inicio de una historia tan extraordinaria como escalofriante. La punta del
iceberg donde se concentran varias tramas, las de un grupo de personajes, no
muchos, que te obligará a pasar páginas, como si no hubiera un mañana, sin
poder despegarte del libro.
Porque El tigre y la duquesa es la historia de
Vicky Martí, alias “la duquesa”, creída y pretenciosa a partes iguales, una beldad
que ha conocido tiempos mejores, a pesar de sus veintisiete años. Claro que la
muchacha es de traca, el típico personaje al que según aparece en escena coges
manía de inmediato. O un poco antes. Porque tiene un carácter de armas tomar,
porque utiliza a los hombres a su antojo, con el único fin de medrar, porque
aborrece al resto de sus congéneres por no perseguir sus mismos propósitos. Cuando
la empezamos a conocer, en las primeras páginas de la novela, trabaja de cajera
en un supermercado, aunque ella preferiría estar en la sección de perfumería
porque el uniforme le sentaría mejor. Tal cual suena. Se lleva fatal con sus
compañeras –según ella por puritita envidia- y así todo. Excepto con Esther, la
única capaz de aguantarla y buena gente. Es obvio que lo complicado sería no sentir
aversión hacia ella y estas, ya digo, son las primeras impresiones. Cuando la
conoces más a fondo, todo se multiplica exponencialmente.
Recaló en ese
supermercado después de mantener una relación con Roger Rovira, -hijo único y
heredero de un magnate del ladrillo- con el que empezó a trabajar como
secretaria, sin apenas estudios. Los problemas vinieron cuando la empresa
quebró y el tipo tuvo que salir por patas del país con una orden internacional
de búsqueda y captura, mientras el magnate ingresaba en prisión. Ella pensó que
lo suyo en el Mercadona sería algo temporal, pero la realidad es que lleva más
de ocho meses allí sin posibilidad de encontrar una salida acorde a sus
intereses. Hasta que conoce a un tipo que le hace una proposición indecente que
no es, precisamente, acostarse con él a cambio de un millón de dólares, aunque
sí pasa por cubrirla con unos pocos millones de euros si sigue al pie de la
letra un plan maquiavélico.
Lógicamente, también
es la historia de Elsa Giralt, una Mosso d'Esquadra que no pasa por su mejor
momento; de hecho, entre otras opciones baraja a menudo el pegarse un tiro en
la boca, sin ir más lejos, tras la última curda. Y es que la vida parece
haberse cebado con ella en los últimos tiempos. Resulta que su compañero, Nicolau,
se ha quedado tetrapléjico por culpa de un malnacido que se cruzó en el camino
de ambos y ella se culpabiliza de lo que pasó en el tiroteo. Y, por si fuera poco, su marido,
Jordi, se ha liado con con Emma Solá, su mejor amiga, que ahora está
embarazada. Los tres trabajan en la misma comisaría, para irlo llevando y no
precisamente bien, porque todo ha ocurrido a la vez.
También es la de
Harry Cranston, un investigador de seguros con una hoja de servicios impecable.
Excéntrico, sí, pero, a sus sesenta años, todavía es capaz de ahorrarle
millones a sus clientes cuando de pólizas fraudulentas se trata. Por eso no es
de extrañar que John Thaw, miembro de la cúpula de la segunda compañía de
seguros del mundo con sede en Londres –Berkshire Hathaway Inc.- se ponga en
contacto con él para que investigue el atraco a un establecimiento de
Barcelona, cuya póliza asciende a veinte millones de euros. Un atraco en el que
no caben dudas con respecto a su autoría porque lleva la firma de los Pink
Panthers, viejos conocidos de Cranston: los asaltantes tardaron un minuto
escaso en llevar a cabo la operación, solo se llevaron diamantes que sabían
perfectamente donde estaban, hubo muchos fuegos artificiales, pero ningún
herido y algún que otro detalle más. Como siempre. Thaw no pretende dar con el
botín de la manera más ortodoxa, simplemente, que el investigador mueva sus
hilos y consiga encontrarlo aunque sea llegando a un pacto de reventa con los
serbios.
Y es precisamente
el hecho de que este atraco sea obra de los Pink Panthers lo que hace que Cranston
se ponga en movimiento de inmediato. Se han convertido en una auténtica
obsesión para él, hasta el punto de que en un rincón de su despacho tiene un
peluche a tamaño natural de la Pantera Rosa colgada en una horca. Los conoció hace
más de una década y los ha perseguido por todo el mundo. Odia al líder, Pavel
Rakic, aunque Dragan Jesulic podría decirse que está a la misma altura. Así que
emprende viaje a Barcelona, para entrevistarse con Sonia Miralles, la esposa
del dueño y responsable de la joyería, deduciendo enseguida que por ese lado no
hay nada sospechoso.
Y, sin lugar a
dudas, es la historia de Dragan Jesulic, miembro de la banda de ladrones de joyas más
buscada del planeta. Alto, delgado y con buena percha y mucha clase, tiene aire
de triunfador, también de canalla. Es ambas cosas. Se encuentra en Barcelona
precisamente para dar un nuevo golpe, el que espera sea el último. Vive en un
apartamento turístico, que cambia cada dos o tres días para no dejar rastro,
mientras observa de cerca, hasta que llegue su equipo, los protocolos de
seguridad y las rutinas de los empleados de la joyería que pretende asaltar. Y
es que a pesar de tener más dinero del que podría gastar en siete vidas, por
seguridad tiene que pasar inadvertido, hasta el punto de que tampoco puede
frecuentar los restaurantes –ni los corrientes ni los de lujo a los que
asistían antaño- porque hay que seguir las normas al pie de letra, sin salirse
del guión como condición indispensable para poder sobrevivir cuando te has
creado tantos enemigos, en todo el mundo… a no ser que te cruces con una mujer
que rompa tus esquemas.
Claro que aquí podría
aplicarse aquello de “De aquellos polvos vienen estos lodos”, porque la
historia de Dragan camina en paralelo con la de Stana y Pavel Rakic y, por
extensión, a la de los Pink Panthers. La organización a la que pertenece desde
sus orígenes, cuando Yugoslavia se desintegró y ellos se tomaron la “finalidad
de la empresa” que acababan de fundar como un acto de protesta contra Europa,
para hacerle pagar el daño causado en su país donde más le pudiera doler y convertirse en
héroes para sus compatriotas. Y lo consiguieron, golpe a golpe, que no verso a
verso, porque no hay nada de poético en sus tropelías por muy espectaculares
que fuesen.
Y lo peor es que esta
red internacional de ladrones es real. El nombre de la banda se lo puso la
policía británica y luego lo asumió la Interpol, -que a su vez creó el Pink
Panther’s Project-, a raíz de un anillo de diamantes que robaron allí y que los
atracadores guardaron de manera similar a la de la película La Pantera Rosa en la que un ladrón
interpretado por David Niven escondía una gema en un bote de crema para
afeitar. Han perpetrado más de trescientos robos, que han ido in crescendo tanto en audacia a la hora
de planearlos como a nivel económico, llegando a conseguir botines de hasta
cien millones de dólares. Sus miembros son auténticos criminales, algunos de
ellos ex-militares y con un pasado nada recomendable, procedentes en su mayoría
de Serbia y Montenegro, aunque también los hay croatas y bosnios.
Claro que, todo lo
dicho, solo son unas pequeñas perlas de lo que encontrarás en la novela, porque
esta mezcla de historias, dependientes unas de otras, está perfectamente urdida.
Del mismo modo que la combinación de realidad y ficción se ensambla
perfectamente en la estructura de la novela en un equilibrio perfecto, que en
vez de agobiar al lector, le obliga a seguir leyendo, porque cada vez necesitas
saber más y más.
Con un estilo preciso,
en ocasiones cinematográfico, y una prosa sencilla, tanto los diálogos, como
las descripciones o situaciones supuran autenticidad. Me ha parecido todo un
acierto el uso del narrador omnisciente y el modo en que se intercala el
presente y el pasado para mantener la intriga. De hecho, no hay nada mejor que
intentar descubrir qué hay detrás de la sonrisa de un cadáver aparecido en la
Plaza del Duque de Medinaceli de Barcelona para comprenderlo todo…
Posiblemente El Tigre y La Duquesa sea una de las mejores novelas policíacas que lea este año. Quienes me conocéis sabéis que no soy partidaria de hacer semejante tipo de afirmaciones y que suelo escandalizarme cuando veo a muchos hablar de haber leído “el libro del año” en enero, pero es que me ha gustado todo de ella: la trama, los personajes, la ambientación, el estilo… TODO.
Creo que Elsa Elsa
Giralt ha venido para quedarse y ya la estoy esperando. También me gustaría
verla colaborar con Harry Cranston, aunque no sé si Barcelona estará preparada
para tanto latrocinio. Esperemos que sí. Mientras, me conformaré pensando que
siempre habrá gente como Vicky, con unas ansias desmedidas por medrar en la
vida y, sabiendo que eso si es factible, todo es posible.