¡Larga vida a la ficción histórica!
Hace unos cuantos
años, por motivos que no vienen al caso, me trasladé a vivir a Jerez de la
Frontera, donde residí otros tantos. Andalucía siempre había sido una debilidad
para mí; de hecho, a nada que tenía unos pocos días de vacaciones, la visitaba,
por lo que el destino no podía ser mejor. Y no precisamente porque sea una
apasionada de sol y playas, al contrario, sino por la riqueza cultural y
monumental que se oculta en cada rincón de esa ciudad que se puede hacer
extensiva a toda la Comunidad Autónoma.
El caso es que,
dado que casi toda mi familia seguía residiendo en Madrid, mis viajes a la
capital eran continuos. Acudía con el corazón en un puño, para reencontrarme
con ella y la vuelta era un cúmulo de frustración la mayoría de las veces. Así
que ideé la manera de que se me hiciera menos penoso el viaje de regreso: en cada
ocasión escogía un pueblo al azar para pateármelo y descubrir sus monumentos
más emblemáticos o sus rincones más inolvidables.
De ese modo conocí
Úbeda, la ciudad más vieja de occidente, una isla renacentista rodeada por un mar de olivos. Y no os podéis hacer una idea de lo
impresionada que me dejó aquella primera visita, razón por la cual volví en
repetidas ocasiones y, cada vez que lo hacía, me maravillaba más. Por eso hoy, rememorando
que hace unos pocos días estuve allí de nuevo, me he hecho la firme promesa que
seguiré insistiendo con esa ciudad que, además, cuenta con un atractivo nuevo:
en ella se celebra anualmente un certamen
de novela histórica, que ya va por su octava edición, el más importante del
país. Imaginaros mi alegría.
El Certamen de
Novela Histórica Ciudad de Úbeda comenzó el martes 12 de noviembre, para concluir el
domingo 17. A lo largo de esos días la capital de la comarca de La Loma, declarada
Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, fue una fiesta literaria en
el más amplio sentido de la palabra y #SoyYincanera estuvo allí desde el
viernes 15 hasta el domingo. En los días previos a nuestra llegada se llevaron
a cabo los siguientes actos:
- 12 de noviembre,
a las 19:30 h.: Presentación de la novela Fierro,
de Francisco Narla, en el salón de actos de la UNED.
- 13 de noviembre,
a las 12:00 h.: Charla con Francisco Narla en el Museo de la Batalla de las
Navas de Tolosa y, a las 19:30 h., presentación de la novela Sitiados de Mercedes Santos en el salón
de actos de la UNED.
- 14 de noviembre,
a las 19:00 h.: Presentación de la novela Historia de una flor, de Claudia
Casanova en la Biblioteca Municipal de Navas de San Juan y, a las 19:30 h.,
presentación de la novela Las islas de poniente, de Julio Alejandre en el salón
de actos de la UNED.
Nosotras llegamos
el viernes poco antes de las 19:00 h. Pablo Lozano, director del certamen, nos
esperaba en el hotel para acercarnos a la librería “Libros prohibidos” y así asistir
a dos presentaciones.
A la primera, Historia de una flor, de Claudia Casanova, llegamos cuando había
comenzado; no obstante, pudimos reengancharnos sin problemas a la charla
dirigida por Pedro Pablo Uceda. Desmenuzaron poco a poco la novela, inspirada,
que no basada, en la vida de la aragonesa Blanca Catalán de Ocón, primera mujer
botánica española, algo que aclaró certeramente la autora de este modo: "Aunque
la base es una vida real, no era mi intención escribir una biografía, sino
inspirarme en ella". La historia transcurre en la Sierra de Albarracín,
lugar donde la familia Catalán de Ocón pasaba largas temporadas. Está escrita
con un estilo limpio y vigoroso, aun tratándose de una novela relajada y
serena, dado que lo que prima en ella es el conocimiento que podemos adquirir a
medida que avancemos en la lectura, de las mujeres que habitan esta trama, tan
fuertes como poco conocidas y, sin embargo, cruciales en la evolución de la
ciencia gracias a que supieron salvar todos los obstáculos que, a mediados del
siglo XIX, la sociedad les imponía.
La segunda presentación
me hizo una especial ilusión, toda vez que la dirigía nuestra compañera de #SoyYincanera, Eva Martín. En ella
abundaron sobre la trilogía Las cenizas
de Hispania (El Alano, Niebla y acero y El dux del fin del mundo), del
escritor José Zoilo Hernández. Conocí
gracias a ellos a un personaje que, estoy convencida, hará mis delicias en
breve, Attax, un alano de aquellos que poblaban la piel de toro a mediados del siglo
V y que se la pateó a golpe de puñal y espada y que me contará su historia y lo
que sucedió en aquella época en primera persona. Una época que, por otro lado,
es una gran desconocida, pues coincide con las postrimerías de la Hispania
romana.
Decir que me encantó
lo que contaba el autor es quedarse corta, pues destilaba entusiasmo al hablar
de cómo se fraguó la historia, de sus motivaciones, del proceso de
documentación, pero, sobre todo, de que escribió una historia que a él como
lector le gustaría leer.
El sábado no pudo comenzar mejor: era el día grande de este certamen, en el que se aglutinarían la mayor cantidad de actos y perdérselos era una locura. Así que marchamos emocionadas a la primera cita del día que, además, era inexcusable: la entrega del VIII Premio de Novela Histórica Ciudad de Úbeda, que recayó en Alan Pitronello, un joven de origen chileno, aunque afincado en España desde que vino a estudiar Geografía e Historia en la Universidad de Valencia.
El jurado, compuesto
por los escritores Jesús Maeso, Salvador Compán y Pedro Santamaría, el
periodista David Yagüe y el editor de Ediciones Pàmies, Carlos Alonso, falló
por unanimidad para que La segunda
expedición se alzase con el premio, a pesar de la indudable calidad del
resto de obras presentadas. Las razones esgrimidas fueron: “estar
magníficamente escrita, con una conseguida recreación del lenguaje y los usos y
costumbres de la época”, así como que “ofrece un revelador retrato de ese mundo
incipiente de los conquistadores en los primeros años de las Américas. Tiene un
argumento y una estructura narrativa muy logrados. Destacan especialmente las
escenas de acción y aventura”, entre otras lindezas.
Y no me extraña,
porque según contó Pitronello en su discurso de aceptación, ha tardado ocho
años en terminar la novela y retocarla hasta darle esa última pátina de delicadeza
y convertirla no solo en un manifiesto en pro de la cultura latinoamericana,
denostada desde siempre por la historiografía anglosajona, sino que en ella tiende
puentes y abre fronteras en torno a la leyenda negra y la guerra
propagandística que, durante siglos, se ha hecho de todo lo español: “Es una
obligación, como escritor latinoamericano, defender nuestra cultura mixta: doy
las gracias por haber nacido en castellano, una lengua que actúa como elemento
unificador”. Por eso, tampoco me sorprende que quienes la hayan leído hablen de
su sorprendente estilo literario, brillante e históricamente intachable.
Y si interesante fue la charla con Alan Pritonello, no lo fue menos la que llegó después, con un pletórico Pedro Santamaría que, junto a su editor Carlos Alonso, nos habló de su novela El ateniense.
Y si interesante fue la charla con Alan Pritonello, no lo fue menos la que llegó después, con un pletórico Pedro Santamaría que, junto a su editor Carlos Alonso, nos habló de su novela El ateniense.
Disfruté como pocas
veces escuchándole. Es verdad que siento fascinación, desde siempre, por la
cultura helena y que por ello la figura de Alcibíades la sentí cercana, pues ya
me lo he encontrado en algún que otro libro, aunque nunca como protagonista de
ninguno. En este caso, daba gusto el repaso que hacía el autor del personaje: el
más controvertido de la historia antigua, atractivo, miembro de una familia
aristocrática, inteligente, experto orador y mejor estadista, aunque también despiadado,
valiente y enérgico en la batalla… y casi peor en el día a día, porque era
traicionero por definición, hasta el punto de ganarse adversarios cada vez que
cambiaban sus lealtades, que era muy a menudo. Lo hizo en su Atenas natal para
salir corriendo hacia Esparta cuando le acusaron de sacrilegio. Y de Esparta
tuvo que desertar hasta Persia. Como “un perfecto hijo de puta”, llegó a precisar
el autor, al que solo le faltó recibir el “amén” de un auditorio totalmente
entregado a la disertación de Santamaría bajo la atenta mirada del editor de
Pàmies que, por momentos, era de asombro al ver que este estaba destripando la
novela sin contemplaciones.
Lo más interesante
de la novela, es que conoceremos al protagonista desde el punto de vista de
otros personajes, ya que cada capítulo lo narra uno distinto, utilizando la
técnica del caleidoscopio, también llamada del enfoque narrativo múltiple. Un
ejemplo de originalidad para describir a un personaje poliédrico y un
conspirador nato que, estoy segura, me entusiasmará a través de la
prosa de Pedro Santamaría.
Después de estas charlas,
tuvimos que hacer malabares con el programa, dado que, por un lado, a las 12:40
h. iba a haber una charla con Simon Scarrow, galardonado por el certamen con el
premio Ivanhoe en reconocimiento a su trayectoria y, por otro, nos atraía
muchísimo todo lo que giraba en torno a las actividades de recreación y
reconstrucción histórica y, aunque a las 12:00 h. nos habíamos perdido la primera
de ellas que giraba sobre el ejército zulú en la guerra de 1879 al coincidir con
la presentación de Pedro Santamaría, optamos por ir a la segunda que tenía por
protagonista al británico, así que nos trasladamos a la Plaza de Vázquez de
Molina para así asistir a continuación de uno los platos fuertes del certamen:
la brillante recreación de la batalla de Isandlwana, que tuvo lugar en
Sudáfrica en 1879, en el contexto de la guerra anglo-zulú.
Pablo Lozano nos
puso en antecedentes antes de convertirnos, no solo a aquellos que de una u
otra manera participábamos en el certamen, sino a todo el pueblo de Úbeda que
se acercó a la emblemática plaza, en guerreros zulús, por arte de magia. Nos
explicó cuáles eran los gritos de guerra que utilizaban, el modo en que se
mofaban de los británicos e incluso a morir dignamente defendiendo tu tierra y
tus raíces. Y así, tras un pequeño ensayo más hilarante que otra cosa, nos
transformamos. Revivimos y nos sentimos parte de aquel ejército indígena
compuesto por aproximadamente 20.000 soldados que arremetió contra una columna
del ejército británico. Ellos eran 1.800 hombres, entre los que había unos 400
civiles, alguno de ellos africano. Vale, éramos más, pero su tecnología militar
era muy superior: mientras nosotros luchábamos con unas simples lanzas de punta
de hierros y escudos de piel de vaca, ellos portaban fusiles de retrocarga,
además de dos cañones de montaña y una batería de cohetes Hale. Pensaban que a
la primera detonación saldríamos corriendo… ¡y ganamos!.
Tras la comida
llegaron las dos presentaciones más internacionales del certamen. Comenzó Ben
Kane, que vino hablar de su última novela, Guerra
de imperios, que transcurre durante el siglo III anterior a nuestra era y
narra la guerra entre Roma y Macedonia. La novela es la primera parte de una
bilogía que, en origen, tenía andares de trilogía, pero a la que el autor keniano
decidió ponerle el punto final con una segunda entrega quizás porque ya tiene
en mente cambiar el rumbo y acometer un nuevo reto, centrándose en la figura de
Ricardo Corazón de León y así dar un descanso a “los romanos” que tanta fama le
han reportado, siguiendo los consejos de su editor.
A continuación le tocó el
turno a Baptiste Touverey, al que Javier Velasco supo hacer las preguntas
oportunas para que quienes no conocíamos su obra nos sintiésemos atraídos por
ella. Su novela, Constantinopla, nos
traslada al imperio Romano-Bizantino, allá por el siglo VII de
nuestra era cuando el más occidental ya no era ni la sombra de lo que fue, pues
cayó tiempo atrás y nos sumergirá en una guerra que duró más de dos décadas
entre este nuevo imperio bizantino y el persa. Los emperadores se sucederán
como si no hubiese un mañana y las traiciones y los engaños, junto con las luchas
de poder, serán el pan nuestro de cada día.
No he leído la
novela, pero a juzgar por lo comentado, no pienso perdérmela. Me atrae
especialmente por el período en el que se desarrolla –poco manido a nivel
literario- y porque se alabó y mucho el modo en que está narrada.
En este certamen
solo hubo un enemigo declarado: el clima. Y se materializó el domingo, en el
que el frío y la lluvia tomaron un protagonismo inusitado. Por ello, los actos
programados para ese día fueron más restringidos.
A eso de las 10:00
h. volvimos al Hotel Palacio de Úbeda para asistir a la entrega del IV Premio
Cerros de Úbeda a la mejor novela histórica publicada en 2018, concedido a Iñaki Biggi por Valkirias. A continuación el autor, acompañado de Emilio Lara, hablaron
largo y tendido de la obra en una charla distendida y, en ocasiones, divertida,
sin restarle un ápice de seriedad a una trama basada en hechos reales: la de un
ejército vikingo que llegó a Sevilla allá por el 859 con la intención de
saquear la ciudad como ya hicieron en el 844. Pero todo fue en vano y los
cazadores fueron cazados y hechos presos por el gobernador, quien, además,
exigió un rescate imposible para su excarcelación. Cuando la noticia llegó a su
aldea de origen, las mujeres, lejos de amilanarse, decidieron liberarlos y con
la ayuda de un grupo de mercenarios aprendieron a luchar mientras se pertrechaban
para la aventura que las llevaría a Isbiliya junto con sus hijos.
Y fue precisamente
el que las protagonistas de esta novela fuesen mujeres capaces de abordar una
gesta espectacular en la que los hombres habían fracasado, lo que dio lugar a
que sobrevolase la idea de si la intención del autor era la de transmitir un
mensaje feminista o no. Y en este sentido Iñaki Iggi fue muy preciso, dejando
claro que su única intención fue la de dar naturalidad a las capacidades de
hombres y mujeres más allá del sexo al que pertenecen. “No me planteé el tema del feminismo en ningún momento a la hora de
escribir, simplemente conté la historia que me pareció más interesante. Me
centré en los personajes como tales, me daba igual que fuesen hombres o mujeres
porque bajo mi punto de vista no nos diferenciamos tanto”.
Lógicamente también
nos habló del germen que fraguó la idea para que esta novela se materializase,
del fascinante y a veces farragoso proceso de documentación para verla
convertida en papel y las sorpresas que se llevó en el camino.
Más tarde, el
presentador se convirtió en presentado cuando le tocó el turno a Emilio Lara, galardonado con el Premio
Edhasa de Narrativas Históricas, para hablarnos de su novela Tiempos de esperanza, acompañado por
Sebastián Roa y Jesús Hernández Úbeda. Y si distendida y divertida fue la primera charla
del día, la segunda solo se puede resumir como exquisita, tanto en el fondo
como en las formas. Es indudable que Emilio Lara es un excelente y refinado narrador
sobre el papel, pero en el tú a tú, a
la hora de plasmar sus puntos de vista, embauca al lector de manera
indiscutible. Además de hablar de la trama de su historia, la llamada Cruzada de los niños, que se remonta a
1212 en una Europa convulsa y exaltada por el fervor religioso, se abordaron
cuestiones como la importancia del entretenimiento en este género o del peso
que este juega para que cualquier obra sea considerada rigurosa por ese afán de
algunos de ponderar el peso de los datos en detrimento de la trama o los
personajes, convirtiéndola en un peñazo de cara al lector. Y así, su respuesta
fue más que meridiana: “La novela tiene
que ser narrativamente solvente, no puede predominar lo histórico, no puede
haber más datos que trama. Hay mucha historia novelada que no debe confundirse
con la novela histórica, la respeto, pero no me interesa”.
Al salir de estas
dos intensas charlas, Pablo Lozano nos comunicó que las recreaciones
programadas para el domingo –una lucha de gladiadores y la batalla de Rorke´s
Drift- se habían anulado, ya que la lluvia las hacían inviables. Decidimos
entonces ponernos en marcha hacia Madrid y aprovechar para comer en el camino y
que no se nos hiciese de noche. Claro que, antes de irnos, volvimos a disfrutar
un poco más de la ciudad dando un paseo por esas calles que rezuman cultura e
historia a cada paso, pues no en vano son la antesala al renacimiento español
en cuanto a arquitectura civil y religiosa y, mientras lo hacíamos, ya
estábamos contando los días para volver a repetir la experiencia.