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viernes, 28 de junio de 2019

EL ÚLTIMO BARCO, de Domingo Villar





DATOS PRÁCTICOS:

Título: EL ÚLTIMO BARCO
Autor: Domingo Villar
Editorial: Ediciones Siruela
Colección: Nuevos Tiempos 424
ISBN: 978-84- 17624-27-9
Páginas: 712
Presentación: Rústica con solapas




Hace unas semanas, al reseñar la novela de José Luis Gil Soto, Madera de savia azul, os comentaba que el pasado 8 de junio el grupo #SoyYincanera tuvimos un encuentro con el autor, aprovechando su estancia en Madrid, para asistir a la Feria del Libro de Madrid. No fue el único que mantuvimos ese día, pues comenzamos el día desayunando con Ana Lena Rivera, que nos habló de su novela Lo que callan los muertos, comimos con Gil Soto y tomamos el café de la tarde con Domingo Villar, para hablar precisamente de esta novela.


Decir que me hizo una especial ilusión conocer a Domingo Villar sería quedarme corta, porque, para que os hagáis una idea, este blog nació precisamente tras leer su novela anterior, La playa de los ahogados. Y el que el descubrimiento de este autor consiguió que naciese en mi la necesidad de dedicar parte de mi tiempo a explicar el por qué determinadas novelas merecían la pena ser leídas y esta era el mejor ejemplo posible.




Domingo Villar (Vigo, 1971) inauguró con Ojos de agua la exitosa serie protagonizada por el inspector Leo Caldas. El segundo título, La playa de los ahogados, supuso su consagración en el panorama internacional de la novela negra, obteniendo excelentes críticas y ventas. En 2019 se publica El último barco, el esperado regreso del inspector Caldas.

La serie ha sido traducida a más de 15 idiomas y ha cosechado un gran número de premios, entre los que caben destacar el Novelpol en dos ocasiones, el Antón Losada Diéguez, el Premio Sintagma, el Premio Brigada 21, el Frei Martín Sarmiento, Libro del Año de la Federación de Libreros de Galicia. También ha sido finalista de los Crime Thriller Awards y Dagger International en el Reino Unido, del premio Le Point du Polar Européen en Francia y del premio Martin Beck de la Academia Sueca de Novela Negra.




La hija del doctor Andrade vive en una casa pintada de azul, en un lugar donde las playas de olas mansas contrastan con el bullicio de la otra orilla. Allí las mariscadoras rastrillan la arena, los marineros lanzan sus aparejos al agua y quienes van a trabajar a la ciudad esperan en el muelle la llegada del barco que cruza cada media hora la ría de Vigo.

Una mañana de otoño, mientras la costa gallega se recupera de los estragos de un temporal, el inspector Caldas recibe la visita de un hombre alarmado por la ausencia de su hija, que no se presentó a una comida familiar el fin de semana ni acudió el lunes a impartir su clase de cerámica en la Escuela de Artes y Oficios.

Y aunque nada parezca haber alterado la casa ni la vida de Mónica Andrade, Leo Caldas pronto comprobará que, en la vida como en el mar, la más apacible de las superficies puede ocultar un fondo oscuro de devastadoras corrientes.



Diez años ha tardado Domingo Villar en publicar una nueva novela y, para quienes le seguimos, se nos han hechos más largos que la infancia de Heidi. Sin embargo, ha vuelto con rotundidad: ofreciéndonos la mejor versión de su personaje estrella y con una novela de un golpe, capaz de hacernos zozobrar en un complejo laberinto de incertidumbre con más de un giro argumental. La mejor hasta el momento.

Y eso que, a priori, el suceso que en esta ocasión tienen que resolver Leo Caldas y su equipo –la desaparición de Mónica Andrade- no parece tener grandes alicientes. De hecho, más parece la obsesión de un padre controlador con respecto a su hija y con un único objetivo: abatir la paciencia de todo aquel que se cruza en su camino hasta conseguir sus propósitos,  en vez de un auténtico caso policíaco.


Pero vayamos por partes, que me enredo. Todo comienza cuando Víctor Andrade, un reputado cirujano vigués se presenta en el despacho del comisario Soto y le hace partícipe de sus más íntimos recelos. Sospecha que su hija ha desaparecido, dado que no acudió a una comida familiar días antes ni, posteriormente, a su trabajo. Obviamente, tampoco contesta a sus llamadas al móvil, pues lo tiene desconectado. Y Soto, que se siente en deuda con el doctor desde que siendo su esposa paciente suya le salvó la vida gracias a una intervención quirúrgica, pone a cargo de la investigación, con carácter de urgencia, al inspector Caldas, instándole además a abandonar la de un robo a una entidad bancaria que acababa de producirse. Desde ese momento vemos en el cirujano un abuso de confianza más que patente, que se irá haciendo más opresivo a medida que se vayan sucediendo los días y, precisamente por ello, el señor parece sacado de una pesadilla por mucha razón que lleve.


Solo será el preludio de una búsqueda que se irá tornando cada vez más farragosa, dando paso a posteriores pesquisas en todos los sentidos. En primer lugar, Caldas y Estévez acuden, junto con el doctor, al domicilio de la presunta víctima en Tirán, una pequeña parroquia marinera situada al otro lado de la ría y a la que se llega atravesando el Puente de Rande. Ya en la casa, a la que han tenido acceso sin necesidad de obtener ningún permiso porque Víctor Andrade, aunque no tiene llave de la misma, sabe que su hija siempre deja la puerta abierta. Tras un primer registro comprueban que no se han forzado las puertas y que todo se encuentra en orden. Sin embargo, aunque todo apunta a una especie fuga de la que no ha avisado a nadie, hay detalles que el instinto le dice a Caldas que algo no cuadra. Por ejemplo, Mónica tiene un gato y además de no haberlo dejado al cuidado de nadie, los cuencos del animal, en particular el del agua, ha sido rellenado. Ocurre lo mismo con el frigorífico, que acumula demasiada comida para alguien que ha decidido ausentarse o que sus pastillas anticonceptivas sigan en el armario del baño. Además, está la cita concertada con un empleado para pocos días después para que le arregle parte del vallado de la casa que se dañó a causa del temporal de lluvia y viento que asoló la comarca días antes y que arrancó de raíz un abeto del jardín.

También preguntan a los vecinos y, a través de unas mariscadoras, se enteran de que Mónica suele pasear por la playa casi todas las mañanas siempre y cuando haga buen tiempo en compañía de un inglés que también se ha marchado y, mientras hablan con ellas, reparan en la figura de Andrés el Vaporoso, un peculiar vecino de la parroquia que dos décadas atrás llegó allí para instalarse, según él, porque había conocido a una sirena al abrigo del Corbeiro, la roca más grande la playa y, desde entonces, todos los días acude en su bote de remos al mismo lugar como un peregrino en busca de que se obre el milagro, acompañado de una jaula de jilgueros y un farol. También hablan con Carmen Freita, la vecina más próxima a su domicilio y la que se suele ocupar de la tutela de Dimitri, el gato de Mónica, cuando ella se ausenta. Esta les indica que la última vez que la vio fue el jueves anterior, aunque por otra vecina, Rosalía Castro, se enteró que el viernes salió a primera hora de la mañana en su bicicleta, para tomar en Moaña el vapor de línea con destino a Vigo. Seguidamente se dirigen a la casa de Rosalía Castro, para que les confirme tal confidencia y más tarde, en la cafetería del puerto, la camarera les asegura que su bicicleta se encuentra aparcada contra la barandilla del muelle desde ese día, a primera hora.

Con esa información vuelven a Vigo, ya que el inspector tiene que asistir a la radio, donde colabora en un programa de sucesos desde hace tiempo. No le hace gracia su “segundo” empleo y en más de una ocasión ha mostrado su discrepancia ante su superior, pero él siempre se mantiene en la postura de que esta labor favorece al cuerpo y no le queda otra que rendirse a la evidencia. En ese lapso de tiempo, mientras Caldas marcha a la emisora, Rafael Estévez se entrevista con un marinero del Pirata de Ons, para saber si recuerda si el viernes Mónica cogió la nave como así les informaron.

Llega el momento de acercarse a la Escuela de Artes y Oficios, también llamada Universidad Popular de Vigo, uno de esos lugares que no dudaré en visitar si en alguna ocasión me acerco a Vigo y no solo por el aspecto arquitectónico del edificio, sino por lo que se cuece dentro de él. Y es que todo lo narrado es un fiel reflejo de lo que sucede en sus talleres. Claro que el autor ha tenido ayuda desde dentro. Me explico: dos de los profesores –Ramón Casal, luthier que se jubiló en 2018 y Miguel Vázquez, ceramista de primer nivel que todavía se mantiene en activo- que aparecen en El último barco son personas reales a las que el autor ha retratado fielmente, hasta el punto de utilizar sus nombres auténticos. Y, junto a un grupo de colegas y trabajadores de la institución, le aconsejaron qué obras leer para entender todos los tecnicismos de los diferentes oficios y a base de horas y horas de conversación, darle la mejor instrucción posible.

En la escuela, tanto los profesores como los aprendices evidencian una cierta inseguridad ante la ausencia de Mónica. Y aunque las averiguaciones hasta el momento parecen indicar que Mónica había cogido el viernes el barco a primera hora de la mañana para acudir a su trabajo, allí le confirman que no llegó a asistir ni a la clase ni a las tutorías que debía atender.

Comienza así una búsqueda voraz que va en espiral ante la falta de pistas y, porque las que se tienen, cada vez se van retorciendo más. Para Estévez, el asunto es tan sencillo como que Mónica se ha marchado con el inglés con el que mantiene un romance. Caldas no está tan seguro de ello y la duda se resuelve cuando Walter regresa de un viaje que ha realizado a Inglaterra, donde en compañía de su hija ha estado visitando una reserva de aves. Está claro que la única hebra de la que tirar para resolver la madeja de incertidumbre creada es comprobar cada paso dado por Mónica en la mañana del viernes, empezando por realizar el trámite ante el juzgado para que les permitan el acceso a las cámaras de los establecimientos que rodean la zona que la joven debió seguir. Visionar las imágenes será una ardua labor. También será necesaria una autorización judicial para acceder a los datos de su teléfono, ante lo que la jueza muestra reticencias ya que quiere proteger la intimidad de Mónica.

Por otro lado, Víctor Andrade no deja de empañar la investigación con sus constantes injerencias, hasta el punto de decidir aspectos que no deberían permitirse, pero ante los que cede el comisario, incapaz de distinguir entre el agradecimiento y la obligación. Resulta que se ha hecho eco de las impresiones de una amiga de su hija, que le ha contado algo sobre la amistad que mantenía su hija con Camilo Cruz, un joven con un trastorno neurobiológico, y del temor que en ella generaba. Y le ha faltado tiempo para para dar el visto bueno a una batida que desde la Escuela de Artes y Oficios se está organizando, con el único propósito de poner cerco al chico. Caldas tiene clara la inocencia del chaval, pero el doctor no parará hasta verle detenido y asestarle un gancho de derecha a la investigación. No reparará en gastar todos los cartuchos disponibles para que así sea.

Y, efectivamente, la batida se lleva a efecto. Son muchos los voluntarios que se han prestado a echar una mano y tienen fe en encontrar a Mónica con vida, aun cuando algunos vean el panorama muy oscuro. El contingente es muy numeroso, porque la profesora era muy querida y no dejarán senda por transitar, playa por recorrer, barriendo el contorno de Tirán, de arriba abajo, acorde a las instrucciones recibidas, ante la atenta mirada de Estévez, porque Caldas no soporta verse sometido a tal exposición.

En ese impasse, Caldas sigue en la comisaría, junto a Clara Barcia y Ferro, intentando poner luz a los datos nuevos que van saliendo del teléfono de la víctima y a las imágenes que reflejan las cámaras. Los sospechosos cambian, como las circunstancias, todos son sometidos a examen. Incluso se ponen en contacto con un policía portugués, que les explica la razón por la que conoce a Mónica por un antecedente que puede guardar relación con su desaparición. Y todo se precipita. Y aparece Losada, el de la radio, con un discurso más afilado que nunca, como una pieza más de este tremendo montaje  para hacer todavía más ruido, si eso es posible. Y el caos se hace verbo, la fatalidad se desata y Caldas se bate en retirada. El vértigo le supera, se siente acorralado. No hay análisis certero, es imposible luchar contra los elementos . Solo queda respirar por la herida.


PERSONAJES:
Si hay algo que borda Domingo Villar en sus novelas es el retrato que hace de los personajes. Por un lado, en la comisaría de Vigo tenemos a los mismos personajes que nos han acompañado en las entregas anteriores:

- Leo Caldas: Inspector de policía en Vigo, también es colaborador de un programa de radio de mucha audiencia –Patrulla en las ondas- dos veces por semana, aunque cada día es más consciente de su hastío por diferencias con el conductor del mismo. Sigue siendo reservado y, de un tiempo a esta parte, bien porque todavía sigue echando de menos a Alba y su recuerdo le pesa o porque su sentido de la responsabilidad le está creando problemas de conciencia, es mucho más reflexivo que antes. No ayuda mucho el que esté habiendo un repunte en la delincuencia y sean continuos los asaltos a viviendas, en particular las de los ancianos y esa inseguridad le hace estar preocupado por el bienestar de su padre. Y es que a veces la culpa puede planear con el sigilo de un pájaro que desciende al fondo de un mar de fantasía. Sin embargo, la fidelidad a sus costumbres sigue siendo tan firme como su hábito al tabaco y continua yendo a los mismos restaurantes y cantinas de siempre, incluso a su habitual cuaderno de tapas negras.

- Rafael Estévez: Ayudante de Caldas, procede de Zaragoza, por lo que tiene serios problemas para entender el carácter gallego. De constitución fuerte, tiene tendencia a perder los nervios ante la ambigüedad y más últimamente, que un problema con la espalda le trae por la calle de la amargura. Obstinado e impulsivo, también es un bonachón capaz de echar el resto ante cualquier problema.

- Comisario Soto: Jefe de Caldas, es desconfiado por naturaleza y en esta ocasión, al tener un vínculo con Víctor Andrade, llega a resultar hasta irritante porque desde el inicio de la historia exige una diligencia en la investigación imposible de soportar, con una constancia que clama al cielo.

Además, ayudarán en la investigación Clara Barcia y Ferro (aunque recibirán apoyo de otros policías anónimos destinados especialmente para este caso). La primera es una especialista en cuanto a escudriñar la red y todo lo referente a la tecnología; el segundo, se ocupará del visionado de las cámaras, ambos con pulso de cirujano y nervios de acero.

Después quedaría el entorno de la víctima o algunas personas que guardan relación con la investigación. No mencionaré a todos para no alargarme, porque casi podría decirse que forman un ecosistema único, un escaparate de personajes extraordinarios; sin embargo, me gustaría decir que dos de ellos me han llegado al alma y cada uno por una razón distinta: Se trataría de Camilo Cruz y Napoleón. Uno es un joven, del que os hablaré más adelante y el segundo, un mendigo que sabe latín, en toda la extensión de la palabra:

- Víctor Andrade: Notable y afamado cirujano, de aproximadamente sesenta años de edad. Es el padre de Mónica. Es un hombre alto y delgado, cabello cano aunque prácticamente calvo. Destaca en su rostro su nariz prominente y su piel desvaída. Está casado, aunque su mujer tiene una enfermedad mental que la mantiene confinada en su domicilio. Cargante y rígido a partes iguales.

- Mónica Andrade: Tiene 33 años y es profesora de cerámica en la Escuela de Artes y Oficios de Vigo. Un espíritu libre al que su padre nunca pudo domeñar. Abandonó el nido familiar para independizarse cuando marchó a estudiar Filología Clásica a la Universidad de Santiago. En la actualidad vive sola en Tirán, al otro lado de la ría y no parece mantener ninguna relación sentimental. Desempeña la función de auxiliar del maestro de cerámica en la Escuela de Artes y Oficios. Eva Búa es su mejor amiga y, aunque no se ven mucho últimamente, hablan por teléfono todas las semanas.

- Camilo Cruz: Es un joven singular, amigo de Mónica y vecino de Tirán. A pesar de su evidente discapacidad, un trastorno, imagino que del espectro autista, que le provoca una dificultad importante a la hora de relacionarse con la gente, hasta el punto de que cuando se dirigen a él, se queda mudo y empieza a balancearse con un vaivén directamente proporcional al tono que su interlocutor utilice. Durante años le convirtieron en el blanco de cualquier menosprecio, a pesar de no haber hecho daño ni a una mosca. Sin embargo, tiene una destreza inusual, es capaz de dibujar de memoria cualquier escena con un realismo asombroso. Hijo de Rosalía Cruz, mujer que ronda los sesenta años, de cabello negro y piel curtida por el aire libre. Es ella quien observó a Mónica el viernes a primera hora camino del puerto en su bicicleta.

- Walter Cope: Vecino de Tirán y amigo de Mónica, con la que suele dar largos paseos por la playa. Es cordial, locuaz y transparente, por lo que cae bien a todo el mundo. Natural de Inglaterra, se instaló en Vigo para trabajar en la Agencia Europea de Control de la Pesca, claro que en la actualidad está jubilado. Su gran afición es la fotografía y, en particular, la de los pájaros, materia en la que se ha convertido en un erudito y un modelo a seguir para los amantes del seguimiento de las aves que visitan su web, por la documentación que tiene acumulada allí.

- Miguel Vázquez: Maestro responsable del taller de cerámica y jefe de Mónica. Aunque Caldas desconfió desde el principio, en el momento de la desaparición de la joven se encontraba en Lisboa, inaugurando una exposición.

- Ramón Casal: Maestro de luthería antigua en la Escuela de Artes y Oficios y, por lo tanto, un experto en el tratamiento de la madera, que trabaja escrupulosamente, dado que es muy detallista y sosegado. Siempre lleva el pelo revuelto. Llega a convertirse en uno de los sospechosos cuando en el momento de la reconstrucción del último día que pasa Mónica en la escuela, al testificar en su declaración inicial no cuadra con los datos que tienen los investigadores.

Si hay algo que domina como nadie Domingo Villar y de lo que puede presumir, junto con los diálogos, son las descripciones. La reproducción del paisaje gallego es un regalo para el lector. Da igual lo mucho que se explaye, pues es capaz de desvelar cada recoveco del entorno con una solvencia insólita. Dos son los escenarios en los que transcurre la novela, perfectamente diferenciados y antagónicos, aunque a poca distancia uno del otro: por un lado, tenemos la ciudad de Vigo, el marco ideal donde acontecen todas las novelas de esta serie y, por el otro, Tirán, la pequeña localidad a la que Mónica se fue a vivir. Ambos lugares están perfectamente descritos, porque si algo caracteriza la obra de Domingo Villar es que el autor tiene mucho oficio a la hora de ejecutar la puesta en escena. Mientras en el primero, un núcleo urbano que ha ido creciendo a lo largo de los años hasta convertirse en el más poblado de toda Galicia, en ocasiones sin orden ni concierto, Villar aprovecha para hacer una sonora censura a las autoridades que permitieron, allá por las décadas de los sesenta y setenta, que muchos edificios de una arquitectura singular fuesen demolidos para dar paso a otros más funcionales o modernos. En lo concerniente a Tirán, las descripciones son más espectaculares, porque nos detalla un paisaje expuesto al sol y las ventiscas que van modelando, a base de siglos, sus acantilados y nos detalla, a su vez, cómo es la vida de sus gentes, desde esas mariscadoras que rastrillan la arena en busca de almejas, o los barcos que se dedican al mismo fin, rastreando el fondo de la ría en su caso, bajo la atenta vigilancia de las gaviotas.

Imagino que más de alguno, a estas alturas y si no ha leído el libro, se preguntará a qué viene el que algunas palabras de esta reseña estén escritas en “rojo”. Tiene su explicación: es mi particular homenaje a esa manera tan característica que tiene Domingo Villar de comenzar cada capítulo. Si no has leído ninguna novela suya diré que todos comienzan con una palabra polisémica y, como tal, con sus distintas acepciones. Según palabras del propio autor, “unas están tomadas de manera literal del de la Real Academia Española, del diccionario ideológico de Julio Casares o del María Moliner y muchas otras, en cambio, están creadas por mí para un mejor encaje en la historia”. Así que como soy muy osada, al plantearme cómo hacer esta reseña me dije, “¿Y por qué no recoger cada una de ellas y hacer que aparezcan en este post?”. Pues eso.




El último barco es una exquisita novela policíaca, sí, pero también es una novela de homenajes en la que Villar enaltece la labor que hacen los docentes, pero también la de aquellos que se toman su tiempo para hacer las cosas con esmero, quizá porque en un mundo en el que la prisa parece redimirlo todo y es la excusa perfecta para cualquier problema, hacer las cosas despacio debería tener más mérito. En este sentido, también El último barco es un ejemplo de ello, porque hace seis años estuvo a punto de salir al mercado con otro nombre –Cruces de piedra- y, a última hora, el autor retiró el manuscrito y comenzó a escribirla de nuevo porque no le convencía. Del mismo modo, la investigación de un delito por parte de quienes intervienen en su esclarecimiento ha de ser un trabajo minucioso.

Pero, sobre todo o por encima de todo, también es un homenaje a las relaciones paterno-filiales en todas sus acepciones y viceversa, a ese tipo de vínculo entre padres e hijos tan diferentes, a pesar de tener un nexo común, entre unas u otras. Son varias las que encontraremos en esta historia, cada una de distinto pelaje, de las que dejan huella: desde la relación que mantiene Caldas con su padre, cercana y de mutuo cariño y protección; a la de Víctor Andrade y Mónica, tóxica y menoscabada quizá por no haber cumplido las expectativas que el primero había depositado sobre la segunda, pasando por la de Rosalía Cruz y Camilo, la más conmovedora, la que te deja sin aliento, sin lugar a dudas. Todas y cada una de ellas las iremos conociendo poco a poco, a través de los diálogos que se van manteniendo a medida que transcurre la investigación.

Por otro lado y por si no ha quedado claro, decir que el estilo narrativo del autor es formidablemente visual y que te traslada a esos escenarios como si los conocieses de toda la vida. La estructura es sencilla, la misma que en anteriores entregas: capítulos cortos, normalmente de cuatro o cinco páginas que obligan al lector a pasarlas con rapidez, dado lo ágil de su prosa y su dominio del lenguaje.


Por ello, no deja nunca de sorprenderme Domingo Villar y me parece mentira que este gallego, afincado en Madrid desde hace tres décadas, tenga de vez en cuando un “arrebato de morriña” de tal calibre que casi podría considerarse curativa para el género humano, porque cada una de sus novelas, además de en librerías, deberían venderse, sin reserva, en las farmacias e incluso recetarse como enfermedad crónica por la Seguridad Social según nos dan de alta en el sistema. Nos iría mucho mejor a todos. ¡No digo más!



¡Obra maestra!
¡Campanada!

jueves, 13 de junio de 2019

MADERA DE SAVIA AZUL, de José Luis Gil Soto



DATOS PRÁCTICOS:


Título: MADERA DE SAVIA AZUL
Autor: José Luis Gil Soto
Editorial: Ediciones B
Colección: Grandes Novelas
ISBN: 978-84-666-6535-3
Páginas: 640
Presentación: Tapa dura con sobrecubierta





En muchas ocasiones he dicho –y os aseguro que no es falsa modestia- que dentro de este mundillo de la blogosfera, y más en particular en el de quienes nos dedicamos a reseñar novelas, no dejo de ser una más aunque, quizá, he de admitir que desde que existe #SoyYincanera, puede que me sienta un poco especial por el cariño y la dedicación que ponemos en cada una de las novelas que elegimos para leer y comentar a través de Twitter. Sin embargo, si hoy mirase (o leyese) este post desde fuera, me tendría un poco de envidia, porque me siento una privilegiada. La razón no es otra que todavía tengo muy cercana la experiencia vivida el pasado sábado, 8 de junio, cuando pude compartir mesa y mantel con José Luis Gil Soto, autor de Madera de savia azul, en compañía de un nutrido grupo de Yincaneras y de ese modo pudimos hablar largo y tendido de la novela y conocer todos los pormenores -y no solo en cuanto a trama y personajes- que giran en torno a ella.


Ya sé que suena a manido decir que fue una experiencia maravillosa, pero es verdad. Creo que no hay nada más gratificante para un lector que poder encontrarse con el artífice de una obra que tan buenos momentos nos ha dado y que nos ha sorprendido tanto y podérselo decir mirándole a los ojos, atisbando en sus pupilas una calidez que nos obliga a desgranar los motivos. Y si a eso le añadimos que no hay que andarse con remilgos por miedo a desvelar más de la cuenta, porque quienes te acompañan también se han leído la novela e intervienen en la conversación aportando sus puntos de vista, sus inquietudes y todo lo que la lectura les ha suscitado, es gloria bendita o, al menos, la gloria del lector materializada en forma de encuentro bloguero.

Y como más o menos ya he dejado claro por dónde van a ir mis impresiones acerca de Madera de savia azul, voy a ir abreviando, que es gerundio, porque no quiero torturaros con una de mis antológicas filípicas.





José Luis Gil Soto (Badajoz, 1972) es ingeniero agrónomo, estudiante de Humanidades y novelista. Como funcionario de carrera, ha ejercido su profesión en la Administración Pública, ocupando distintos cargos de responsabilidad. En la actualidad trabaja en el Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medioambiente.

Sín embargo, esto no ha sido óbice para iniciarse en el mundo de la literatura, primero realizando guiones promocionales y colaboraciones en revistas especializadas para continuar volcándose de lleno en la narrativa.

Ha publicado las siguientes novelas:

- La traición del rey (Kailas, 2008).

- La colina de las piedras blancas (Styria, 2010), finalista de la II edición del premio Caja Granada de Novela Histórica.

- La dama de Saigón (Kaylas, 2015).

- Madera de savia azul (Ediciones B, 2019).





Puede que a estas alturas estés cansando de oir bondades de esta novela. A fin de cuentas, hace ya tres meses que salió a la venta y creo que la inmensa mayoría de quienes la han leído es unánime al definirla como novelón. Y yo me subo al carro.

Dicho lo cual, ¿qué podría decir que no suene a más de lo mismo? Es complicado.

Podría decir que sentí un flechazo al ver su cubierta, porque me recordaba a otra gran novela por la que siento especial debilidad: El nombre del viento. Sin embargo mentiría, porque precisamente esa similitud (que luego no es tanta) me hizo replantearme el no leerla temiendo que la trama pudiese ir del mismo palo y ya sabemos que las comparaciones son odiosas.

Podría decir que me hice eco desde el primer momento del interés que había suscitado entre los lectores y que rauda y veloz la compré a tenor de las opiniones favorables que se iban volcando sobre ella en las redes. Sin embargo mentiría, porque llegué a ella por casualidad. No sabéis hasta qué niveles.

O bien, podría decir que soy una apasionada del género de aventuras, que todos los días, cuando me levanto, busco como una histérica qué se está publicando al respecto y no dejo escapar una. Sin embargo, mentiría, porque quienes me conocéis, sabéis que mis gustos van por otros derroteros y que dado que últimamente los tiempos no me acompañan, dejo escapar muchos mirlos blancos.


Así que ha llegado la hora de contar verdades. Y seré sucinta, creo, por primera vez en mucho tiempo para decir por qué tienes que leer esta novela. Te daré cinco razones:


1.- Madera de savia azul tiene un argumento fascinante. Un argumento que se nos irá desvelando poco a poco, de la mano de un aya que la irá desgranando ante nuestros ojos hasta sus últimas consecuencias. Porque esta novela, precisamente, es una historia de causas y efectos, antecedentes y consecuencias y de destinos erráticos a los que nadie parece ser capaz de poner freno.

Así, gracias a la nodriza, ya en el primer capítulo nos trasladamos a Waliria, la capital de un reino legendario que acaba de ser asolada por un terremoto. Somos conscientes de la catástrofe porque José Luis Gil Soto nos describe el resultado del cataclismo con todo lujo de detalle. Seremos conscientes del dolor, del desconsuelo y del quebranto que semejante desgracia ha supuesto en todos y cada uno de los habitantes. Los cadáveres se multiplican por cada rincón y, por orden real, los vivos están obligados a abandonar a los finados -sin siquiera darles sepultura- y sus pertenencias para ponerse a salvo en una planicie situada en las afueras de Waliria mientras ven desmoronarse sus sueños e ilusiones.

Horas después el monarca, tras reunirse con su Consejo y atendiendo a una antigua profecía, decide que es el momento de abandonar la ciudad, porque reconstruirla es trabajo baldío y toca buscar otras lunas. Comienza así un asombroso periplo hacia los Grandes Lagos, una tierra más fértil y con un clima más benigno donde empezar de nuevo.

2.- Los personajes son soberbios. Madera de savia azul es una novela coral y, a pesar del gran plantel de personajes que aparecen en la misma, las descripciones de la mayoría son minuciosas, tanto a nivel físico como psicológico. Llegamos a entender su forma de ser por mucho que su comportamiento, en algunas situaciones, no hubiese sido el nuestro o el que hubiésemos esperado. Y los vamos viendo evolucionar a medida que vamos pasando páginas. Es extraordinario el modo en que el autor va recreando cada personalidad y como esa transformación se hace patente. Es cierto que hay cierto maniqueísmo, que en algunas ocasiones los buenos son demasiado buenos y los malos, muy malos… o mejores. En mi caso, es con los que más he disfrutado, quizá porque humanizan más a los otros. También es cierto que las grandes pasiones de las que son víctimas los segundos son mucho más interesantes que la bondad o la generosidad de los primeros.

3.- La ambientación es espléndida. Los escenarios que aparecen en la Madera de savia azul cobran vida hasta convertirse en protagonistas de lujo del relato. La primera gran impresión nos la encontramos en las primeras páginas, cuando José Luis Gil Soto nos pormenoriza la devastación de Waliria tras el terremoto. Anonada hasta la médula y te aseguro que abres la boca y no la vuelves a cerrar hasta dar por concluida la historia. Una vez iniciado el éxodo hasta los Grandes Lagos, las calamidades se van ensañando con los habitantes de Ariok y entonces el paisaje se torna sórdido y penoso, ayudado en gran medida por la meteorología, que no les es propicia. Las descripciones están narradas con un realismo y un nervio admirable, que te permite visualizarlas hasta el más mínimo detalle.


4.- Estructura natural, estilo admirable: Madera de savia azul es la gesta de un pueblo capaz de aventurarse más allá de sus límites para encontrar la tierra prometida siguiendo una ruta inexplorada hasta el momento. Un pueblo con las fuerzas mermadas, dispuesto a cualquier sacrificio para renacer de sus cenizas. A medida que vamos pasando páginas el autor consigue que nos involucremos en su destino incierto, que seamos partícipes de sus aventuras y de sus adversidades, porque si algo tiene la trama es que es absolutamente adictiva e inolvidable. La estructura es natural y acertada: tras un breve preámbulo de apenas dos páginas, nos hacemos una idea –pero solo una remota idea- de lo que nos podemos encontrar. A esto le seguirán cinco grandes partes, divididas en capítulos y narradas en primera persona y de manera lineal en el tiempo por una nodriza que va refiriendo a su discípula el origen de su linaje y la fundación de Nueva Waliria desde que abandonaron la antigua metrópoli. Esto solo lo veremos al inicio de cada parte, el resto será relatado por un narrador omnisciente en tercera persona.

En cuanto a estilo, solo puedo aplaudir al autor, me ha robado el corazón por su brillantez. He disfrutado muchísimo con el relato. Me ha maravillado su cuidada prosa, las descripciones que en muchos momentos se convertían en poéticas y eso que en otras ocasiones utilizaba un vocabulario llano y coloquial, en particular en los diálogos. El ritmo es ágil y ameno y aunque hay dos hilos, tanto argumentales como temporales, en ningún momento te sientes perdido, porque están construidos como una pieza de ingeniería.

5.- Una novela donde la intriga se mantiene hasta el final. Una intriga que comienza en el primer capítulo con ese éxodo que sabes que no puede acabar bien, porque en la caravana de viajeros está compuesta en su mayor parte por gente desmoralizada, que acaba de perder a los suyos de manera traumática. Abundan los enfermos, niños y ancianos y han abordado el viaje con lo puesto. Como, además, ninguno ha hecho esta travesía con anterioridad, nadie sabe el tiempo que les llevará ni cómo podrán proveerse de lo más básico. Lo mismo tardan meses que años en llegar a su destino. A todo esto, por si no fuese suficiente, la ambición está muy presente y le filtra por cualquier resquicio, ya sea entre los súbditos o los nobles.




Aunque creo que ha quedado bastante clara mi opinión al respecto de esta novela, todavía se me quedan cosas en el tintero. Es imposible hablar de ella sin que la emoción y las ideas te desborden. Ya he comentado los motivos, aunque también me gustaría destacar un aspecto que he obviado: Madera de savia azul trata temas universales siendo capital el del amor filial, el que siente un padre por su hijo al que ve indefenso y que con tan solo cuatro año además de perder a su madre, sufre un shock de tal calado que pierde la facultad de hablar. De ese modo, Bertrand de Lis se nos presenta como un hombre eminentemente bueno al que la vida le ha enfrentado a la peor de las situaciones: extraviar a su hijo en un bosque cuando son atacados por un grupo de malhechores y, sin embargo, nunca pierde la esperanza de volver a encontrarlo, a pesar del tiempo transcurrido, a pesar de las calamidades que se cruzan en su vida. Y lógicamente habrá otras variantes de amor, porque si de algo puede presumir esta historia es de que es un análisis conciso y emotivo de la condición humana: de lo peor y de lo mejor y de ese lugar donde se tejen los ideales que unos pocos acometen a nada que tengan su oportunidad.

También quiero destacar, porque me ha deslumbrado, el proceso de documentación llevado por el autor, sobre todo en lo relativo a las artes de Bertrand de Lis en su oficio. Aunque mis orígenes familiares provienen de una comarca maderera donde se mima a este material como un tesoro, desconocía todo lo relativo a la carpintería de lo blanco y de lo negro como concepto. Y asistir a la evolución del personaje ha sido fascinante. Gil Soto nos presenta al principio a un maestro carpintero que se limitaba a fabricar útiles y herramientas y poco más pero que, con el tiempo, deriva en un maestro en el ramo de la construcción. Poco a poco empieza a especializarse en la construcción de vigas, se inicia en la geometría y, paso a paso, es capaz de dar forma a los trabajos de lacería más brillantes, para acabar convirtiéndose en prácticamente un arquitecto: el más virtuoso de su tiempo. Y todo ello se nos narra con una sencillez que fascina por lo bien que se ha incorporado en el texto.


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