DATOS
TÉCNICOS:
Título: PAPEL Y TINTA
Autora: María Reig
Editorial: Suma de letras
ISBN: 978-84-9129-322-4
Páginas: 784
Presentación: Tapa dura con sobrecubierta
Hace unos años,
cuando decidí abrir este blog, busqué una frase que me definiese de alguna
manera. Podía haber elegido alguna de esas que, de puro rimbombante, epatase a quien
lo abriese por casualidad y decidiese leerme per omnia saecula seculorum de puritita envidia. O, por el
contrario, que me sirviese para aparentar que era una entendida de tronío en
esto de la literatura. Pero no… ¡cachis!. Como os decía, pretendía sentirme
identificada de algún modo y, en vez de hacer un barrido por Google para
demostrar lo que no soy, recurrí a Jean de la Fontaine y una frase que me ha
perseguido siempre: “A menudo encontramos
nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo”, quizá porque me
he pasado la vida haciendo justo lo que menos se esperaba de mí o porque soy una
artista del alambre en eso de elegir los caminos menos transitados, puede que
también los más difíciles, para llegar a donde otros llegan prácticamente en
parihuelas. O quizá porque siempre huyo de lo cómodo aun sabiendo que me perjudica, buscando algo que me satisfaga a otros efectos. Podría hablar mucho
al respecto, pero tampoco es cuestión de desnudarse, que hoy le toca el turno a
Elisa Montero, un personaje al que a medida que iba conociendo, me daba la
impresión de que sí, de que para encontrar su destino, evitó la senda más
sencilla y se complicó la existencia. Pero, sobre todo, porque ha sido capaz de
rellenar las casi ochocientas páginas que componen este este libro sin
despeinarse con una historia que refleja una potencia literaria impresionante que
no solo hará las delicias de cualquier lector, sino que le dejará con las ganas
de otras tantas, como poco. Así que antes de entrar en materia, se me ocurre
lanzar una pregunta al aire, ¿Y si hubiese una continuación?.
Maria Reig nació en Barcelona en 1992, estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y un Máster en Dirección de Comunicación Corporativa en EAE Bussiness School. A los 24 años decidió centrar todos sus esfuerzos profesionales en que su primera novela, Papel y Tinta, viera la luz. En febrero desarrollo una campaña de crowfunding con el objetivo de recaudar fondos para la promoción del libro. En poco más de 24 horas consiguió el apoyo requerido y el proyecto se cerró con más del doble de la cantidad inicial. Gracias al éxito de acogida del proyecto al que se sumaron más de 125 personas, logró su meta, la publicación de esta novela, así con la financiación de sus primeros pasos como escritora.
Maria Reig nació en Barcelona en 1992, estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y un Máster en Dirección de Comunicación Corporativa en EAE Bussiness School. A los 24 años decidió centrar todos sus esfuerzos profesionales en que su primera novela, Papel y Tinta, viera la luz. En febrero desarrollo una campaña de crowfunding con el objetivo de recaudar fondos para la promoción del libro. En poco más de 24 horas consiguió el apoyo requerido y el proyecto se cerró con más del doble de la cantidad inicial. Gracias al éxito de acogida del proyecto al que se sumaron más de 125 personas, logró su meta, la publicación de esta novela, así con la financiación de sus primeros pasos como escritora.
¿De qué serías capaz por cumplir tus
sueños?
¿Qué tenía que hacer una mujer para
lograr los suyos en la España de principios del siglo xx?
Madrid, primeras
décadas del siglo pasado. Elisa Montero, aunque de origen humilde, es criada
desde niña por su madrina, una adinerada y misteriosa mujer perteneciente a la
alta burguesía madrileña. La sensación de no pertenecer a ningún lugar y de
cierta rebeldía ante los designios que otros han trazado para ella será algo
que marcará su vida.
Elisa no solo
buscará liberarse de las limitaciones que le imponen su condición de mujer y su
posición social para lograr convertirse en periodista, sino que intentará tomar
las riendas de su destino y entregarse al verdadero amor. Como testigo, la
rabiosa y convulsa actualidad de una España entre guerras que la acompañará en
su lucha por conocerse a sí misma y sobreponerse a sus propios prejuicios.
Hay novelas que
cuestan la vida reseñar. No siempre es porque sean complejas, sino porque
abordan tantos temas que no sabes si tienes que decantarte por uno en concreto
para no resultar pesada o por todos… o bien por hacer un popurrí y esperar a
que el sol salga por Antequera. Y Papel y tinta, os aseguro, es una de
ellas. No obstante, cuando la terminé y quise reflexionar un poco sobre ella
para hacerme una idea de cómo enfocarla, lo primero que me vino a la cabeza
fue: “no te arrugues, alma de cántaro, que esto lo resuelves con diez mil
palabras a nada que te pongas y si fuiste capaz de reseñar Juego de Tronos, piensa
que aquí te ha salido una reinona de occidente que deja a Cersei Lannister en
pañales y a la moñas de Daenerys Targaryen a la altura del betún”. Y me animé,
claro. Porque la verdad es que disfruté tanto esta novela, precisamente por
todos los aspectos que plantea, que era lo mínimo que podía hacer, aunque, como
ya he dicho, me vaya la vida en ello.
No obstante, antes
de empezar a compartir mis impresiones, quiero citar el poema de Jaime Gil de
Biedma, “No volveré a ser joven”, porque quizá si Elisa Montero hubiese seguido
el consejo que le dio su prometido y se hubiese dedicado a escribir poesía en
vez de artículos de prensa, podría hacer suyo este poema:
Que la vida iba en
serio
uno lo empieza a
comprender más tarde
-como todos los
jóvenes, yo vine
a llevarme la vida
por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre
aplausos
-envejecer, morir,
eran tan sólo
las dimensiones del
teatro.
Pero ha pasado el
tiempo
y la verdad
desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único
argumento de la obra.
"Poemas
póstumos" 1968
Y es que Elisa es
mucha Elisa. Es de esos personajes indelebles que tienen vida propia, que transcienden
más allá del papel porque llegan a tu vida y te involucran en su causa porque te
los crees, porque van compartiendo contigo no solo sus problemas, sino sus
anhelos, sus sueños e incluso sus limitaciones, así que la empatía se hace
patente en las primeras páginas y sientes la necesidad de acompañarla en ese
camino tan tortuoso como fascinante que ha decidido seguir.
Sin embargo, antes de meterme en harina, me gustaría empezar hablando de la estructura de esta novela porque es la base fundamental de esta historia que, para complicar un poco más las cosas, está narrada en primera persona, convirtiéndose en el diario íntimo de la protagonista. Y digo complicar porque escribir una novela de esta envergadura utilizando este método es encomiable. Y María Reig acierta de pleno; de hecho, he intentado imaginármela escrita a través de un narrador omnisciente y creo que salvando el que quizás hubiese sido más rica en cuanto a información, al poder conocer lo que cada uno de los personajes pudieran sentir, pensar o hacer en determinadas circunstancias, la realidad es que la protagonista tiene una personalidad tan arrolladora e indomable que se convierte en el eje de la historia, por lo que la fórmula funciona a las mil maravillas.
Sin embargo, antes de meterme en harina, me gustaría empezar hablando de la estructura de esta novela porque es la base fundamental de esta historia que, para complicar un poco más las cosas, está narrada en primera persona, convirtiéndose en el diario íntimo de la protagonista. Y digo complicar porque escribir una novela de esta envergadura utilizando este método es encomiable. Y María Reig acierta de pleno; de hecho, he intentado imaginármela escrita a través de un narrador omnisciente y creo que salvando el que quizás hubiese sido más rica en cuanto a información, al poder conocer lo que cada uno de los personajes pudieran sentir, pensar o hacer en determinadas circunstancias, la realidad es que la protagonista tiene una personalidad tan arrolladora e indomable que se convierte en el eje de la historia, por lo que la fórmula funciona a las mil maravillas.
Dicho lo anterior, Papel y tinta se divide en cuatro
partes que engloban dieciséis capítulos y un epílogo fechado cuatro años después del final de la historia:
- Primera
parte: Elisa:
Comienza en 1908 con
la llegada de la protagonista, de apenas siete años, a Madrid, para quedarse a
vivir con su tía y madrina, Manuela Montero. Empieza así un relato que, en
principio, evoca a otras lecturas del tipo David Copperfield o Jane Eyre
(por citar dos ejemplos) a las que dieron por denominar Bildungsroman (novelas de aprendizaje), con las que se pretendía
poner en valor ese periodo de instrucción en el que el protagonista de la
misma llegaba a su plena madurez tanto física como psicológica para de ese modo
poder alcanzar su lugar en el mundo. Porque Elisa, cuando llega a la capital,
es prácticamente un diamante en bruto con un carácter indómito que su tía
intentará pulir a base de tesón, disciplina, mano dura y sin mostrar un atisbo
de cariño a lo largo de ese tiempo. También intentará, desde el primer momento,
que olvide no solo su humilde origen, sino a su familia… y en cierto modo, lo
conseguirá, porque Elisa es una niña, sí, pero no boba, y el que te obliguen a
llevar una dieta a base de pan y agua mientras te mantengas en tus trece en una
casa donde la opulencia es más que evidente, agudiza el ingenio. Si a eso se le
une un acerado comentario dicho por su tía en el momento más inoportuno acerca
de la nula preocupación de su padre y hermanos por su nueva situación, pues con
más motivo.
De ese modo, la novela
comenzará a dar sus primeros pasos, junto a los de Elisa. Dada su edad, sus
días se irán llenando de actividades muy poco a poco. Será el estudio y la
instrucción en otras materias, como la música, lo que ocupe la mayor parte de sus horas. Los
domingos, acompañará a su madrina a misa y eso dará lugar a que pueda familiarizarse con las personas que marcarán su futura vida social. Será
precisamente a raíz de esta tradición cuando conozca a los señores Rodríguez de
Aranda o a los Salamanca-Trigo, los amigos más antiguos de su tía, y padres de
dos niños de una edad aproximada a la de Elisa: Candela y Tomás José, con
quienes iniciará una amistad que se irá consumando con las visitas de los lunes
de las Montero a su casa y la devolución de la misma por parte de ellos los
miércoles. También se hará amiga de Benedetta de Lucca, hija de un comerciante
de telas oriundo de Florencia que se han instalado recientemente en un palacete
próximo al de Manuela Montero.
De cualquier modo,
Manuela es muy particular y mucho más vista desde la perspectiva de una niña:
rígida y autoritaria, a su vez esconde algún que otro secreto que la niña
pondrá todo su empeño en descubrir, como las extrañas veladas nocturnas que se
celebran en una estancia prohibida para ella. No obstante, ocurrirá un extraño
suceso a espaldas de la niña, por trasnochado, pero que descubrirá desde el
primer momento. Resulta que como consecuencia de una especie de chantaje que le
hacen a Manuela y que Elisa presencia a escondidas, esta tiene que hacerse
cargo de un niño malherido. Le trasladan a una habitación del sótano (donde
Elisa tiene prohibido el paso, al ser la zona de la servidumbre) mientras se
repone de sus heridas y un buen día desaparece. Como si no hubiese existido.
Solo que sí ha
existido, porque a Elisa pueden haberle dado una educación exquisita, pero su
carácter rebelde permanece inalterable y, en cuanto tuvo la primera ocasión de
visitar al muchacho, lo hizo. Y pasó con él todo el tiempo que le fue posible
mientras vivió en el palacete, entablando una relación muy especial. Cuando
desapareció, lo único que le quedó de él fue su nombre: Pedro Liébana y el
disgusto que le supuso conocer, en una confidencia que escuchó días después entre su madrina a la criada, que finalmente el muchacho había muerto en el
traslado.
Y así, poco a poco,
comenzará un período de instrucción sin tregua, en el que la niña se formará
para convertirse en una joven de clase alta y mejores modales digna merecedora
de un esposo acorde con las expectativas creadas por su tía, la cual, gracias a
un matrimonio de conveniencia, consiguió alcanzar una posición bastante
relevante entre la alta burguesía madrileña y que siguió manteniendo durante su
viudedad. Y para Elisa, desea todavía algo mejor y ese algo aparecerá por
primera vez en su puesta de largo y, más tarde, se prometerá en matrimonio.
De esa época, una
de las tareas que le resultaban más gratificantes fue la lectura de los
distintos periódicos a los que su tía estaba suscrita. Le permitían estar al
tanto de la actualidad y, gracias a esa curiosidad manifiesta que había sentido
desde siempre y más en particular, mientras espiaba a su madrina las noches de los jueves, cuando se reunía en el palacete con lo más granado de la intelectualidad, pudo ponerle voz y cara a algunos de los columnistas de la época,
como Carmen de Burgos, que firmaba sus crónicas en el Diario Universal con el
pseudónimo de Colombine y tantos otros.
- Segunda
parte: Pedro Liébana
El día en que
Ernesto Rodríguez de Aranda escuchó la propuesta formulada por Elisa
ofreciéndose para ayudar en su periódico unas horas al día, no supo él, ni ninguno
de los presentes en esa conversación, del lío del montepío que se avecinaba.
Fue en la fiesta de la puesta de largo de la joven y se lo tomó como un regalo
venido del cielo y claro, le faltó tiempo para presentarse en la redacción de El Demócrata. En principio, ayudaría a Carmen
Idiazábal, la secretaria, como único cometido, solo que…
Solo que Elisa
tenía una vocación muy marcada, casi se podría decir que destila tinta por cada
uno de sus poros y su único afán era la de convertirse en periodista. Así que,
aprovechando la exigua plantilla con la que contaba El Demócrata, motivo por el cual se veía obligado a contratar colaboradores
que escribían sus crónicas para otros muchos, decidió hacerse pasar por uno de
ellos utilizando para ello un pseudónimo. Le resultó fácil elegir el nombre,
porque con él pretendió rendir homenaje a aquel niño con el que, años atrás, mantuvo
una estrecha amistad en el sótano de su casa.
Pero esto solo pudo
ser posible gracias a la ayuda que le prestaron sus mejores amigas: Benedetta y
Catalina. Porque, aunque intentó en principio enviar sus trabajos por correo como
hacían otros periodistas y más habiendo dicho que su residencia estaba en
Barcelona, llegó un momento en el que el dueño del diario quiso conocerle y si
a eso había que añadirle que la mayoría de las noticias políticas y sociales se
cocían en Madrid, el visitar El Foro se convirtió en ineludible. Así que dado
que de arrestos estaba sobrada la chiquilla, no dudó en caracterizarse de
hombre hasta el último detalle: no se trataba solo de copiar el vestuario,
ponerse una peluca y unas gafas para camuflar no solo su aspecto o su rostro,
sino que también tenía que imitar los modales, aprender a fumar, cambiar hasta
su forma de andar, pensar o actuar y mil y un detalles. Y la novela da un giro
inesperado y sustancial, pues Elisa, que había llegado a esta solución ante la
imposibilidad de trabajar en aquello en lo que quería por las dificultades y
limitaciones que en aquella época soportaban las mujeres –y mucho más las de su
clase-, descubre lo fácil que le puede resultar a los hombres moverse en una
sociedad donde ellas tienen un rol prácticamente secundario, por no decir
decorativo.
En ese sentido, juega
un papel relevante su relación con Catalina Folch, una catalana que reside y estudia
Magisterio en la Residencia de Señoritas de María de Maeztu. Junto a ella y a
algunas alumnas de la misma institución, Elisa comenzará a descubrir y abrazar las
ideas feministas, que irá adoptando progresivamente. Sin embargo, su vida se
convierte en un carrusel de emociones, una oda a la inquietud que nos transmite
con intensidad. Para que os hagáis una idea, yo he llegado a sentir estrés.
Real. Cada vez que ambos (Elisa y Pedro Liébana) tenían que concurrir en un
acto concreto, llegué a sentir vértigo. O, simplemente, cada vez que tenía que
escurrirse por una de las ventanas del palacete tuneada de hombre para acudir a
alguna cita o tertulia como periodista. Y no lo ponía fácil, porque charco que
veía, charco en el que se metía sin pensárselo dos veces.
Y, por si éramos
pocos en la fiesta, aparece un periodista francés, de nombre Olivier y apellido
Pascal que trabaja como corresponsal en Madrid para Le Fígaro, pero que a su
vez colabora con El Demócrata. Y Elisa, que con Pedro Liébana gozaba ya de las
mieles del éxito, porque además es ambiciosa en lo suyo, decide medirse –y prácticamente-
batirse en duelo dialéctico con el galo. Y se promete con un banquero y se
enamora de él… ¿O se enamora del amor? Porque nunca ha sentido el lugar donde
vive como su casa, sino como una jaula de oro con una hipoteca imposible de
pagar y su necesidad más primigenia la empuja a buscar el amor de su vida para
que la libre de semejante encierro. Y de su tía.
- Tercera parte: Señora de las Heras.
Después
de un largo noviazgo para lo que se llevaba en la época, en el que incluso
llegó a posponerse la fecha de la boda por los negocios que Francisco de las
Heras se traía entre manos con la expansión de su banco, Elisa se casó con él.
Por fin volaba lejos de las garras y normas de su madrina, esperando que su
príncipe azul le diese aquello que ella tanto anhelaba: la posibilidad de ser
feliz, a su lado, y convertirse en la reportera que siempre había deseado ser,
sin recurrir a pseudónimos y lo que ello traía consigo. Pero está claro que no
se puede apuntar tan alto, porque lo que encontró es que la felicidad a nivel
personal fue más bien escasa y, para calmar sus ansias periodística, le regaló
una agenda. ¡Con un par!.
Y su
vida siguió siendo un más de lo mismo, pues solo había cambiado una jaula de
oro por otra de titanio, aunque en la segunda no contaba ni con el cariño de
las criadas de la casa. Y Pedro Liébana siguió a lo suyo, aprovechando que los
viajes de Francisco facilitaban mucho el poder escaquearse.
Lógicamente,
las cosas se irán complicando cada vez más. El desdoblamiento de Elisa resulta
agobiante y en algunos momentos ronda la tragedia. Sin embargo, son esos
momentos los que más me han maravillado de la novela. Porque Liébana con sus
crónicas nos ha permitido abundar en una parte de la historia de este país que
a la que bien merecía hacer un repaso. España vivía en un permanente conflicto
y a nivel político aquello parecía un Gran Hermano Presidencial, donde cada
cierto tenía que salir uno a petición de una audiencia muy particular. He
podido revivirlo junto a Liébana, Pascal y toda la plantilla de El Demócrata y
lo he disfrutado hasta sus últimas consecuencias, así como otras escenas, más
agradables, que también forman parte de la pequeña historia de ese Madrid cuasi
provinciano que apuntaba maneras de gran urbe. Hemos visto crecer a la ciudad a
medida que la trama seguía su curso. Con Elvira asistimos a bailes de etiqueta
y comidas o cenas en el Ritz, inaugurado en aquella época en la que lo que
abundaba eran las pensiones o fondas y algún pequeño hotel. Obviamente, causó
furor por el lujo de derrochaba; de hecho, la aristocracia y la alta burguesía
se morían por disfrutar de su famosa vajilla de Limoges o su cubertería de
plata en esos salones que quitaban el sentido. También aparece en la obra el
Hotel La Florida, aunque este ya desaparecido. Estaba ubicado en la Plaza de
Callao y es el lugar donde se aloja Pascal en la tercera parte de la novela. Su
terraza era el mejor escaparate donde disfrutar de las vistas de la capital.
Y es
que sobre todas las cosas, Papel y tinta,
es una novela costumbrista en la que María Reig nos pasea por ese mundo de las
tertulias literarias en las que se proyectó una etapa de efervescencia
intelectual y, sobre todo, literaria. Se llevaban a cabo en los salones de
cafés tan singulares como el del Pombo o la Fontana de Oro, cargados a partes
iguales por el humo de los cigarrillos y la alegría de los contertulios. Elisa
Montero menciona a algunos de ellos, como Ramón Gómez de la Serna, Carlos
Arniches, los hermanos Romero de Torres, Luis Bello, Carmen de Burgos y otros
muchos.
- Cuarta parte: Elisa Montero
De la cuarta parte
poco os puedo contar, porque sería desvelar el desenlace de la novela. Solo
quiero decir que el título es bastante elocuente, dado que el primero, titulado
“Elisa”, era una declaración de intenciones. En él nos encontramos con una
niña, prácticamente desvalida porque la habían arrancado con nocturnidad y prácticamente
con alevosía de su familia y sin derecho a decidir. En esta parte, esa niña se ha
convertido en una mujer que por fin se atreve a decidir y lo hace contra todo
pronóstico. Y el resultado es absolutamente conmovedor y brillante.
Así que, llegados a
este punto, ahora le toca el turno a ese otro gran personaje que es Madrid,
porque en cuanto a escenarios, se convierte en todo un protagonista, único y
brillante. ¿Damos un paseo?
Si has llegado
hasta aquí, te habrás dado cuenta que Papel y tinta me ha encantado, tanto en
forma como en fondo. Como novela he disfrutado mucho con ella, por su trama,
que te tiene en vilo desde el inicio hasta el final. Porque todo lo que en ella
sucede es memorable y creíble. Porque tiene un sinfín de personajes, no solo la
protagonista, cuidados al detalle. Podrás quererlos, podrás odiarlos, pero
todos están muy bien perfilados. Sin embargo, no puedo obviar, porque sería una
locura, el trabajo de documentación que tiene que haber detrás. Y digo lo que
hay detrás porque no se trata ya de recabar toda la información que la autora
ha debido de consultar, sino el hecho de cómo lo ha volcado en la novela para
que resulte amena, para que quieras saber más de aquel período, porque tus
referencia –al menos ese ha sido mi caso- son de cuando estudiaba y he
necesitado refrescar. Y claro, te quedas con que resulta mucho más cómo hacerlo
a través de los ojos de Elisa Montero. No hay color.
En definitiva, Papel y tinta es la clásica novela que,
si te decides a comprar, no te arrepentirás, pues una vez leída la guardarás en
ese rincón que todos los lectores tenemos y donde acumulamos las pocas joyas
con las que no vamos encontrando a lo largo de nuestra vida.