jueves, 28 de marzo de 2019

PAPEL Y TINTA, de María Reig




DATOS TÉCNICOS:

Título: PAPEL Y TINTA
Autora: María Reig
Editorial: Suma de letras
ISBN: 978-84-9129-322-4
Páginas: 784
Presentación: Tapa dura con sobrecubierta








Hace unos años, cuando decidí abrir este blog, busqué una frase que me definiese de alguna manera. Podía haber elegido alguna de esas que, de puro rimbombante, epatase a quien lo abriese por casualidad y decidiese leerme per omnia saecula seculorum de puritita envidia. O, por el contrario, que me sirviese para aparentar que era una entendida de tronío en esto de la literatura. Pero no… ¡cachis!. Como os decía, pretendía sentirme identificada de algún modo y, en vez de hacer un barrido por Google para demostrar lo que no soy, recurrí a Jean de la Fontaine y una frase que me ha perseguido siempre: “A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo”, quizá porque me he pasado la vida haciendo justo lo que menos se esperaba de mí o porque soy una artista del alambre en eso de elegir los caminos menos transitados, puede que también los más difíciles, para llegar a donde otros llegan prácticamente en parihuelas. O quizá porque siempre huyo de lo cómodo aun sabiendo que me perjudica, buscando algo que me satisfaga a otros efectos. Podría hablar mucho al respecto, pero tampoco es cuestión de desnudarse, que hoy le toca el turno a Elisa Montero, un personaje al que a medida que iba conociendo, me daba la impresión de que sí, de que para encontrar su destino, evitó la senda más sencilla y se complicó la existencia. Pero, sobre todo, porque ha sido capaz de rellenar las casi ochocientas páginas que componen este este libro sin despeinarse con una historia que refleja una potencia literaria impresionante que no solo hará las delicias de cualquier lector, sino que le dejará con las ganas de otras tantas, como poco. Así que antes de entrar en materia, se me ocurre lanzar una pregunta al aire, ¿Y si hubiese una continuación?.




Maria Reig nació en Barcelona en 1992, estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y un Máster en Dirección de Comunicación Corporativa en EAE Bussiness School. A los 24 años decidió centrar todos sus esfuerzos profesionales en que su primera novela, Papel y Tinta, viera la luz. En febrero desarrollo una campaña de crowfunding con el objetivo de  recaudar fondos para la promoción del libro. En poco más de 24 horas consiguió el apoyo requerido y el proyecto se cerró con más del doble de la cantidad inicial. Gracias al éxito de acogida del proyecto al que se sumaron más de 125 personas, logró su meta, la publicación de esta novela, así con la financiación de sus primeros pasos como escritora.



¿De qué serías capaz por cumplir tus sueños?

¿Qué tenía que hacer una mujer para lograr los suyos en la España de principios del siglo xx?

Madrid, primeras décadas del siglo pasado. Elisa Montero, aunque de origen humilde, es criada desde niña por su madrina, una adinerada y misteriosa mujer perteneciente a la alta burguesía madrileña. La sensación de no pertenecer a ningún lugar y de cierta rebeldía ante los designios que otros han trazado para ella será algo que marcará su vida.

Elisa no solo buscará liberarse de las limitaciones que le imponen su condición de mujer y su posición social para lograr convertirse en periodista, sino que intentará tomar las riendas de su destino y entregarse al verdadero amor. Como testigo, la rabiosa y convulsa actualidad de una España entre guerras que la acompañará en su lucha por conocerse a sí misma y sobreponerse a sus propios prejuicios.






Hay novelas que cuestan la vida reseñar. No siempre es porque sean complejas, sino porque abordan tantos temas que no sabes si tienes que decantarte por uno en concreto para no resultar pesada o por todos… o bien por hacer un popurrí y esperar a que el sol salga por Antequera. Y Papel y tinta, os aseguro, es una de ellas. No obstante, cuando la terminé y quise reflexionar un poco sobre ella para hacerme una idea de cómo enfocarla, lo primero que me vino a la cabeza fue: “no te arrugues, alma de cántaro, que esto lo resuelves con diez mil palabras a nada que te pongas y si fuiste capaz de reseñar Juego de Tronos, piensa que aquí te ha salido una reinona de occidente que deja a Cersei Lannister en pañales y a la moñas de Daenerys Targaryen a la altura del betún”. Y me animé, claro. Porque la verdad es que disfruté tanto esta novela, precisamente por todos los aspectos que plantea, que era lo mínimo que podía hacer, aunque, como ya he dicho, me vaya la vida en ello.

No obstante, antes de empezar a compartir mis impresiones, quiero citar el poema de Jaime Gil de Biedma, “No volveré a ser joven”, porque quizá si Elisa Montero hubiese seguido el consejo que le dio su prometido y se hubiese dedicado a escribir poesía en vez de artículos de prensa, podría hacer suyo este poema:

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

"Poemas póstumos" 1968


Y es que Elisa es mucha Elisa. Es de esos personajes indelebles que tienen vida propia, que transcienden más allá del papel porque llegan a tu vida y te involucran en su causa porque te los crees, porque van compartiendo contigo no solo sus problemas, sino sus anhelos, sus sueños e incluso sus limitaciones, así que la empatía se hace patente en las primeras páginas y sientes la necesidad de acompañarla en ese camino tan tortuoso como fascinante que ha decidido seguir.

Sin embargo, antes de meterme en harina, me gustaría empezar hablando de la estructura de esta novela porque es la base fundamental de esta  historia que, para complicar un poco más las cosas, está narrada en primera persona, convirtiéndose en el diario íntimo de la protagonista. Y digo complicar porque escribir una novela de esta envergadura utilizando este método es encomiable. Y María Reig acierta de pleno; de hecho, he intentado imaginármela escrita a través de un narrador omnisciente y creo que salvando el que quizás hubiese sido más rica en cuanto a información, al poder conocer lo que cada uno de los personajes pudieran sentir, pensar o hacer en determinadas circunstancias, la realidad es que la protagonista tiene una personalidad tan arrolladora e indomable que se convierte en el eje de la historia, por lo que la fórmula funciona a las mil maravillas.

Dicho lo anterior, Papel y tinta se divide en cuatro partes que engloban dieciséis capítulos y un epílogo fechado cuatro años después del final de la historia:


- Primera parte: Elisa:

Comienza en 1908 con la llegada de la protagonista, de apenas siete años, a Madrid, para quedarse a vivir con su tía y madrina, Manuela Montero. Empieza así un relato que, en principio, evoca a otras lecturas del tipo David Copperfield o Jane Eyre (por citar dos ejemplos) a las que dieron por denominar Bildungsroman (novelas de aprendizaje), con las que se pretendía poner en valor ese periodo de instrucción en el que el protagonista de la misma llegaba a su plena madurez tanto física como psicológica para de ese modo poder alcanzar su lugar en el mundo. Porque Elisa, cuando llega a la capital, es prácticamente un diamante en bruto con un carácter indómito que su tía intentará pulir a base de tesón, disciplina, mano dura y sin mostrar un atisbo de cariño a lo largo de ese tiempo. También intentará, desde el primer momento, que olvide no solo su humilde origen, sino a su familia… y en cierto modo, lo conseguirá, porque Elisa es una niña, sí, pero no boba, y el que te obliguen a llevar una dieta a base de pan y agua mientras te mantengas en tus trece en una casa donde la opulencia es más que evidente, agudiza el ingenio. Si a eso se le une un acerado comentario dicho por su tía en el momento más inoportuno acerca de la nula preocupación de su padre y hermanos por su nueva situación, pues con más motivo.

De ese modo, la novela comenzará a dar sus primeros pasos, junto a los de Elisa. Dada su edad, sus días se irán llenando de actividades muy poco a poco. Será el estudio y la instrucción en otras materias, como la música, lo  que ocupe la mayor parte de sus horas. Los domingos, acompañará a su madrina a misa y eso dará lugar a que pueda familiarizarse con las personas que marcarán su futura vida social. Será precisamente a raíz de esta tradición cuando conozca a los señores Rodríguez de Aranda o a los Salamanca-Trigo, los amigos más antiguos de su tía, y padres de dos niños de una edad aproximada a la de Elisa: Candela y Tomás José, con quienes iniciará una amistad que se irá consumando con las visitas de los lunes de las Montero a su casa y la devolución de la misma por parte de ellos los miércoles. También se hará amiga de Benedetta de Lucca, hija de un comerciante de telas oriundo de Florencia que se han instalado recientemente en un palacete próximo al de Manuela Montero.

De cualquier modo, Manuela es muy particular y mucho más vista desde la perspectiva de una niña: rígida y autoritaria, a su vez esconde algún que otro secreto que la niña pondrá todo su empeño en descubrir, como las extrañas veladas nocturnas que se celebran en una estancia prohibida para ella. No obstante, ocurrirá un extraño suceso a espaldas de la niña, por trasnochado, pero que descubrirá desde el primer momento. Resulta que como consecuencia de una especie de chantaje que le hacen a Manuela y que Elisa presencia a escondidas, esta tiene que hacerse cargo de un niño malherido. Le trasladan a una habitación del sótano (donde Elisa tiene prohibido el paso, al ser la zona de la servidumbre) mientras se repone de sus heridas y un buen día desaparece. Como si no hubiese existido.

Solo que sí ha existido, porque a Elisa pueden haberle dado una educación exquisita, pero su carácter rebelde permanece inalterable y, en cuanto tuvo la primera ocasión de visitar al muchacho, lo hizo. Y pasó con él todo el tiempo que le fue posible mientras vivió en el palacete, entablando una relación muy especial. Cuando desapareció, lo único que le quedó de él fue su nombre: Pedro Liébana y el disgusto que le supuso conocer, en una confidencia que escuchó días después  entre su madrina a la criada, que finalmente el muchacho había muerto en el traslado.

Y así, poco a poco, comenzará un período de instrucción sin tregua, en el que la niña se formará para convertirse en una joven de clase alta y mejores modales digna merecedora de un esposo acorde con las expectativas creadas por su tía, la cual, gracias a un matrimonio de conveniencia, consiguió alcanzar una posición bastante relevante entre la alta burguesía madrileña y que siguió manteniendo durante su viudedad. Y para Elisa, desea todavía algo mejor y ese algo aparecerá por primera vez en su puesta de largo y, más tarde, se prometerá en matrimonio.

De esa época, una de las tareas que le resultaban más gratificantes fue la lectura de los distintos periódicos a los que su tía estaba suscrita. Le permitían estar al tanto de la actualidad y, gracias a esa curiosidad manifiesta que había sentido desde siempre y más en particular, mientras espiaba a su madrina las noches de los jueves, cuando se reunía en el palacete con lo más granado de la intelectualidad, pudo ponerle voz y cara a algunos de los columnistas de la época, como Carmen de Burgos, que firmaba sus crónicas en el Diario Universal con el pseudónimo de Colombine y tantos otros.

- Segunda parte: Pedro Liébana

El día en que Ernesto Rodríguez de Aranda escuchó la propuesta formulada por Elisa ofreciéndose para ayudar en su periódico unas horas al día, no supo él, ni ninguno de los presentes en esa conversación, del lío del montepío que se avecinaba. Fue en la fiesta de la puesta de largo de la joven y se lo tomó como un regalo venido del cielo y claro, le faltó tiempo para presentarse en la redacción de El Demócrata. En principio, ayudaría a Carmen Idiazábal, la secretaria, como único cometido, solo que…

Solo que Elisa tenía una vocación muy marcada, casi se podría decir que destila tinta por cada uno de sus poros y su único afán era la de convertirse en periodista. Así que, aprovechando la exigua plantilla con la que contaba El Demócrata, motivo por el cual se veía obligado a contratar colaboradores que escribían sus crónicas para otros muchos, decidió hacerse pasar por uno de ellos utilizando para ello un pseudónimo. Le resultó fácil elegir el nombre, porque con él pretendió rendir homenaje a aquel niño con el que, años atrás, mantuvo una estrecha amistad en el sótano de su casa.

Pero esto solo pudo ser posible gracias a la ayuda que le prestaron sus mejores amigas: Benedetta y Catalina. Porque, aunque intentó en principio enviar sus trabajos por correo como hacían otros periodistas y más habiendo dicho que su residencia estaba en Barcelona, llegó un momento en el que el dueño del diario quiso conocerle y si a eso había que añadirle que la mayoría de las noticias políticas y sociales se cocían en Madrid, el visitar El Foro se convirtió en ineludible. Así que dado que de arrestos estaba sobrada la chiquilla, no dudó en caracterizarse de hombre hasta el último detalle: no se trataba solo de copiar el vestuario, ponerse una peluca y unas gafas para camuflar no solo su aspecto o su rostro, sino que también tenía que imitar los modales, aprender a fumar, cambiar hasta su forma de andar, pensar o actuar y mil y un detalles. Y la novela da un giro inesperado y sustancial, pues Elisa, que había llegado a esta solución ante la imposibilidad de trabajar en aquello en lo que quería por las dificultades y limitaciones que en aquella época soportaban las mujeres –y mucho más las de su clase-, descubre lo fácil que le puede resultar a los hombres moverse en una sociedad donde ellas tienen un rol prácticamente secundario, por no decir decorativo.

En ese sentido, juega un papel relevante su relación con Catalina Folch, una catalana que reside y estudia Magisterio en la Residencia de Señoritas de María de Maeztu. Junto a ella y a algunas alumnas de la misma institución, Elisa comenzará a descubrir y abrazar las ideas feministas, que irá adoptando progresivamente. Sin embargo, su vida se convierte en un carrusel de emociones, una oda a la inquietud que nos transmite con intensidad. Para que os hagáis una idea, yo he llegado a sentir estrés. Real. Cada vez que ambos (Elisa y Pedro Liébana) tenían que concurrir en un acto concreto, llegué a sentir vértigo. O, simplemente, cada vez que tenía que escurrirse por una de las ventanas del palacete tuneada de hombre para acudir a alguna cita o tertulia como periodista. Y no lo ponía fácil, porque charco que veía, charco en el que se metía sin pensárselo dos veces.

Y, por si éramos pocos en la fiesta, aparece un periodista francés, de nombre Olivier y apellido Pascal que trabaja como corresponsal en Madrid para Le Fígaro, pero que a su vez colabora con El Demócrata. Y Elisa, que con Pedro Liébana gozaba ya de las mieles del éxito, porque además es ambiciosa en lo suyo, decide medirse –y prácticamente- batirse en duelo dialéctico con el galo. Y se promete con un banquero y se enamora de él… ¿O se enamora del amor? Porque nunca ha sentido el lugar donde vive como su casa, sino como una jaula de oro con una hipoteca imposible de pagar y su necesidad más primigenia la empuja a buscar el amor de su vida para que la libre de semejante encierro. Y de su tía. 



- Tercera parte: Señora de las Heras.

Después de un largo noviazgo para lo que se llevaba en la época, en el que incluso llegó a posponerse la fecha de la boda por los negocios que Francisco de las Heras se traía entre manos con la expansión de su banco, Elisa se casó con él. Por fin volaba lejos de las garras y normas de su madrina, esperando que su príncipe azul le diese aquello que ella tanto anhelaba: la posibilidad de ser feliz, a su lado, y convertirse en la reportera que siempre había deseado ser, sin recurrir a pseudónimos y lo que ello traía consigo. Pero está claro que no se puede apuntar tan alto, porque lo que encontró es que la felicidad a nivel personal fue más bien escasa y, para calmar sus ansias periodística, le regaló una agenda. ¡Con un par!.

Y su vida siguió siendo un más de lo mismo, pues solo había cambiado una jaula de oro por otra de titanio, aunque en la segunda no contaba ni con el cariño de las criadas de la casa. Y Pedro Liébana siguió a lo suyo, aprovechando que los viajes de Francisco facilitaban mucho el poder escaquearse.

Lógicamente, las cosas se irán complicando cada vez más. El desdoblamiento de Elisa resulta agobiante y en algunos momentos ronda la tragedia. Sin embargo, son esos momentos los que más me han maravillado de la novela. Porque Liébana con sus crónicas nos ha permitido abundar en una parte de la historia de este país que a la que bien merecía hacer un repaso. España vivía en un permanente conflicto y a nivel político aquello parecía un Gran Hermano Presidencial, donde cada cierto tenía que salir uno a petición de una audiencia muy particular. He podido revivirlo junto a Liébana, Pascal y toda la plantilla de El Demócrata y lo he disfrutado hasta sus últimas consecuencias, así como otras escenas, más agradables, que también forman parte de la pequeña historia de ese Madrid cuasi provinciano que apuntaba maneras de gran urbe. Hemos visto crecer a la ciudad a medida que la trama seguía su curso. Con Elvira asistimos a bailes de etiqueta y comidas o cenas en el Ritz, inaugurado en aquella época en la que lo que abundaba eran las pensiones o fondas y algún pequeño hotel. Obviamente, causó furor por el lujo de derrochaba; de hecho, la aristocracia y la alta burguesía se morían por disfrutar de su famosa vajilla de Limoges o su cubertería de plata en esos salones que quitaban el sentido. También aparece en la obra el Hotel La Florida, aunque este ya desaparecido. Estaba ubicado en la Plaza de Callao y es el lugar donde se aloja Pascal en la tercera parte de la novela. Su terraza era el mejor escaparate donde disfrutar de las vistas de la capital.

Y es que sobre todas las cosas, Papel y tinta, es una novela costumbrista en la que María Reig nos pasea por ese mundo de las tertulias literarias en las que se proyectó una etapa de efervescencia intelectual y, sobre todo, literaria. Se llevaban a cabo en los salones de cafés tan singulares como el del Pombo o la Fontana de Oro, cargados a partes iguales por el humo de los cigarrillos y la alegría de los contertulios. Elisa Montero menciona a algunos de ellos, como Ramón Gómez de la Serna, Carlos Arniches, los hermanos Romero de Torres, Luis Bello, Carmen de Burgos y otros muchos.


- Cuarta parte: Elisa Montero

De la cuarta parte poco os puedo contar, porque sería desvelar el desenlace de la novela. Solo quiero decir que el título es bastante elocuente, dado que el primero, titulado “Elisa”, era una declaración de intenciones. En él nos encontramos con una niña, prácticamente desvalida porque la habían arrancado con nocturnidad y prácticamente con alevosía de su familia y sin derecho a decidir. En esta parte, esa niña se ha convertido en una mujer que por fin se atreve a decidir y lo hace contra todo pronóstico. Y el resultado es absolutamente conmovedor y brillante.

Así que, llegados a este punto, ahora le toca el turno a ese otro gran personaje que es Madrid, porque en cuanto a escenarios, se convierte en todo un protagonista, único y brillante. ¿Damos un paseo?


     UN PASEO POR EL MADRID DE ELISA MONTERO






Si has llegado hasta aquí, te habrás dado cuenta que Papel y tinta me ha encantado, tanto en forma como en fondo. Como novela he disfrutado mucho con ella, por su trama, que te tiene en vilo desde el inicio hasta el final. Porque todo lo que en ella sucede es memorable y creíble. Porque tiene un sinfín de personajes, no solo la protagonista, cuidados al detalle. Podrás quererlos, podrás odiarlos, pero todos están muy bien perfilados. Sin embargo, no puedo obviar, porque sería una locura, el trabajo de documentación que tiene que haber detrás. Y digo lo que hay detrás porque no se trata ya de recabar toda la información que la autora ha debido de consultar, sino el hecho de cómo lo ha volcado en la novela para que resulte amena, para que quieras saber más de aquel período, porque tus referencia –al menos ese ha sido mi caso- son de cuando estudiaba y he necesitado refrescar. Y claro, te quedas con que resulta mucho más cómo hacerlo a través de los ojos de Elisa Montero. No hay color.


En definitiva, Papel y tinta es la clásica novela que, si te decides a comprar, no te arrepentirás, pues una vez leída la guardarás en ese rincón que todos los lectores tenemos y donde acumulamos las pocas joyas con las que no vamos encontrando a lo largo de nuestra vida.