DATOS TÉCNICOS:
Título: TODOS LOS VERANOS DEL MUNDO
Autora: Mónica Gutiérrez
Editorial: Roca
Colección: Novela
ISBN: 978-84-17092-92-4
Páginas: 208
Presentación: Rústica con solapas
Querid@ amig@:
O quizás debería decir lector, o bloguero, o yincanero, o un poco de todo o un casi de nada. Da igual, el caso es que has llegado hasta aquí y quiero contarte por qué esto que estás leyendo no es una reseña y, cuando termine, espero que me digas que ni falta que te hace.
En primer lugar, te explico el motivo de que sea una carta: mi primera intención al escribirla era disculparme por haber estado tan ausente estos últimos días. De hecho, tendría que haber estado comentando la novela en Twitter, pero no ha podido ser porque he hecho una escapada a un pueblo del pirineo catalán: Serralles.
Me propuso el viaje una amiga. También se ocupó de elegir el enclave. Hacía tiempo que teníamos pendiente volver a encontrarnos y qué menos que darle esa opción cuando siempre he sido yo quien no encontraba el momento para vernos. Me sorprendió, no diré que no. Ahora que parece que los destinos más deseados en época estival son los de playa, buscar el abrigo de las montañas se me hacía extraño. Es lo que tienen los tópicos, que se retroalimentan. Y como excusa para elegir este lugar en particular y no otro, me propuso realizar un cursillo de cocina. ¿Cómo te quedas? Yo no daba crédito y lo primero que me vino a la cabeza era que me quería meter en una dinámica tipo Master Chef versión rural. ¡Lo que me faltaba!, porque qué quieres que te diga, no salgo yo de mi casa donde a diario cocino para cinco personas como para irme de vacaciones a hacer lo mismo, por muchos trucos que me quieran enseñar. Pero tanto empeño por su parte me pudo, aunque guardaba la esperanza de que aprovecharía para visitar la zona y empaparme con su patrimonio arquitectónico, visitando su monumentos prerrománicos o románicos a la vez que disfrutaba de sus espectaculares paisajes, de los que tanto había oído hablar. Así que sucumbí.
Llegamos por la mañana, más pronto de lo que pensábamos, así que hicimos tiempo en "La cacerola", un pequeño bar regentado por Antonio y Milagros, que se encuentra a la entrada del pueblo. Desde allí se divisa todo el municipio, con su poco más de un centenar de casas, en su mayoría de dos plantas, agrupadas en torno a una plaza que sirve de lugar de encuentro para los lugareños y turistas que ahora en verano parecen haber salido como setas. También se distingue una iglesia, sobre todo por su campanario que se alza sobre todo el conjunto.
Poco después nos dirigimos a la casa rural que utilizaríamos durante nuestra estancia y después nos acercamos a la masía de los Brunet, donde nos darían las clases de cocina. Me gustó a simple vista, pues es un edificio capaz de reunir en su arquitectura la sobriedad de lo tradicional con la comodidad de lo actual. Cierto es que la parte más antigua está reservada a la propietaria y su familia, a la que conocimos sin que ellos se diesen cuenta a lo largo de los días que pasamos, dado que de vez en cuando nos acercábamos a un pequeño jardín que tienen en la parte trasera de la casa y a través del seto escuchábamos sus conversaciones. No había maldad en ello, sino que rezumaban un halo de ternura y nostalgia que nos atraía mucho.
Y es que esta familia, siendo tan normal y corriente como cualquier otra, tienen un problema del que no son consciente: una falta de comunicación importante desde que falta el cabeza de familia, que murió hace apenas dos años. O quizás no, quizás siempre estuvo ahí latente pero mientras estaban unidos no era tan evidente. Tanto es así que, desde aquel momento, Helena, una de las hijas, dejó de ir al pueblo, porque no soportaba la ausencia. Ahora ha tenido que volver porque Jofre, su novio, se ha empeñado en casarse y hacerlo allí. Por eso, se ha adelantado un par de semanas sobre la fecha elegida para prepararlo todo. Sin embargo, él se ha quedado en Barcelona, porque es juez y debe pensar que su trabajo es más importante que cualquier otra cosa.
No obstante, he disfrutado no mucho, sino muchísimo con la familia Brunet. Cada uno, a su estilo, me ha robado el corazón. Al principio me costó empatizar con Helena, pero muy al principio. Cuando tomé conciencia de que ni ella era consciente de lo mucho que sufría por no saber abrirse, por no saber curarse determinadas heridas que seguían lacerando su alma, sentí lástima, sobre todo porque en su afán de quererlo controlar todo, hizo demasiadas concesiones a la "seguridad", cuando en realidad simplemente se trataba de desandar un camino que nadie la obligaba a transitar. Bajo una apariencia de chica seria y responsable, que a lo largo de los años ha ido dejándose la juventud en uno de esos "bufetes-tiburón", tan prestigiosos ellos y con más trepas por metro cuadro de lo humanamente soportable, la han despedido, ¿por qué? Pues porque se va a casar. Porque quiere formar una familia. Y es incapaz de decirlo, porque en esta familia parece que son incapaces de compartir las penas, así que cada uno se guarda las suyas, no vaya a ser que sean algún tipo de enfermedad contagiosa.
Lo mismo ocurre con la madre, que a pesar de parecer que se ha reinventado creando esta escuela de cocina, que ha hecho de tripas corazón, sigue echando de menos a su esposo como el primer día, hasta el punto de que ha escondido las fotografías que antaño adornaban los rincones de la casa porque no soporta ver la felicidad que entonces transmitían. Con respecto a sus hijos se ha blindado, es incapaz de dar rienda a sus sentimientos, poniéndose como excusa que el cariñoso de la familia era el marido, que ella siempre fue la mano dura de la casa. Y lo mismo ocurre con Xavier, un hombre de éxito aparentemente. Un escritor superventas, padre de dos niños encantadores, que vive encerrado en su torre de marfil que no es otra cosa más que la tapadera donde expía su dolor para sobrellevar, de cualquier manera y sin exponerse, lo mal que lo está pasando por su reciente divorcio. Todavía está enamorado de la que fue su mujer, pero se culpa del vacio al que sometió a su familia intentando alcanzar un sueño que cada día le pesa más.
Sin embargo, Silvia es un verso libre. Es el Pepito Grillo de la familia, la única capaz de poner los puntos sobre las íes, hasta el punto de parecer que siempre está enfadada con el mundo. Es noble, directa y luchadora. Todo lo opuesto a su hermana, aunque puede que solo en las formas, porque en el fondo se parecen más de lo que creen. Es activista de Greenpeace y mantiene una relación con el dueño de la floristería del pueblo. Un vikingo que parece un armario de cuatro puertas, capaz de montarte un número si no eres capaz de entender que la solidaridad empieza por uno mismo.
Y, por si fuera poco, tampoco te creas que los lugareños no están a la altura. Hay uno, en particular, que hará tus delicias si eres capaz de traspasar el umbral del local que regenta: "La biblioteca voladora", su libreria. Responde al nombre de Jonathan Strenge y es tan excéntrico como interesante. No encontrarás allí ningún libro comercial, pero si un té Earl Grey y unos bollos "delicius" que te harán más llevaderas las charlas literarias, porque otra cosa no será, pero gracias a personajes como este, Mónica Gutierrez sigue rindiendo su particular homenaje a la literatura, esa que se escribe en negrita y mayúsculas.
Y ahora que lo pienso, también debería hablarte de Marc Montañés, el amigo de la infancia de Helena, aquel que agluninó, en uno solo, Todos los veranos del mundo... O no, mira, ¿por qué no te lees el libro? Porque yo puedo contarte mi experiencia, seguir poniéndote ejemplos, pero deberías vivirlo. Créeme. Es una novela maravillosa, que te reconciliará con la vida, porque tú y yo sabemos que la gente buena existe si nos paramos a reparar un poco y le dedicamos tiempo.
Mientras, te dejo la sinopsis. Échale un vistazo, ya verás como te atrapa.
Helena, decidida a casarse en Serralles, el pueblo de todos sus veranos de infancia, regresa a la casa de sus padres para preparar la boda y reencontrarse con sus hermanos y sobrinos. Un lugar sin sorpresas, hasta que Helena tropieza con Marc, un buen amigo al que había perdido de vista durante muchos años, y la vida en el pueblo deja de ser tranquila.
Quizás sea el momento de refugiarse en la nueva librería con un té y galletas, o acostumbrarse a los excéntricos alumnos de su madre y a las terribles ausencias. Quizá sea tiempo de respuestas, de cambios y vendimia. Tiempo de dejar atrás todo lastre y aprender al fin a salir volando.