DATOS
TÉCNICOS:
Título: LOS PERROS SIEMPRE LADRAN AL ANOCHECER
Autor: Andrés Pérez Domínguez
Editorial: Alianza Editorial
ISBN: 978-84-206-9700-0
Páginas: 168
Presentación: Rústica sin solapas
Creo
que fue sobre el 9 de febrero cuando empezamos a comentar esta novela en
Twitter, al hilo de la Lectura Simultánea organizada por Carmina,
del blog De tinta en vena. En mi caso, aunque empecé a leerla ese mismo
día, intenté demorarla todo lo que pude, para ver si de ese modo podía
disfrutar de la sensación que produce el hecho de poder compartir una lectura
con un buen número de personas que también lo hacen a su vez. Es un efecto con
el que disfruto mucho, quizás porque tan sólo es la segunda vez en que
participo de este tipo de iniciativas y considero que compartir percepciones es
muy gratificante. No obstante, al tratarse de una novela tan corta, el efecto
queda un poco diluido.
EL AUTOR:
Al tratarse de la primera
novela que leo de Andrés Pérez Domínguez, he de admitir que tengo muy poca
información sobre él. Si acaso, la que he encontrado en la contraportada del
libro, donde nos dicen que nació en Sevilla, en 1969, que ha ganado varios
precios (entre ellos el Premio Ateneo de Sevilla y el Primer Premio
Iberoamericano de Novela Corta, “La Espiga dorada”, precisamente por esta
novela.
Hasta la fecha, ha
publicado las siguientes obras:
- La clave Pinner (2004).
- El factor Einstein
(2008).
- El síndrome de Mowgli
(2008).
- El violinista de
Mauthasen (2009).
- El silencio de tu nombre
(2012).
- Los perros siempre
ladran al anochecer (2015).
ARGUMENTO:
Jorge, dibujante de tebeos
y Clara, su esposa, acaban de trasladarse a vivir a una urbanización a las
afueras de la ciudad y prácticamente en el campo, huyendo del piso donde han residido
durante años al no poder soportar una coexistencia vecinal que les estaba
empezando a resultar insufrible. Cuentan a su favor con la cálida bienvenida
que les ofrecen sus nuevos vecinos, por lo que han decidido partir de cero, mostrando
su mejor cara, aunque va a resultar complicado ocultar el secreto que ambos
comparten ya que Clara no se encuentra en el mejor estado de ánimo posible y la
realidad es la que es.
IMPRESIONES:
Voy a intentar argumentar este
apartado de “Impresiones” con la suficiente rotundidad como para no dejarme
nada en el tintero, aunque una cosa es predicar y otra dar trigo, porque
posiblemente no lo consiga, ya que Los
perros siempre ladran al anochecer es una novela que me ha generado muchas
sensaciones. Más de las que jamás me hubiese imaginado.
Es verdad que teniendo
prisa a la hora de reseñar porque me temo que he superado el plazo que me
habían dado para hacerlo (desde aquí pido disculpas a la organizadora de la
Lectura Simultánea porque he pasado unos días fatal con una gripe que ha
degenerado en vete tú a saber qué y me ha dejado para el arrastre y sin
conectarme a internet, cuanto menos al blog), quizás falle a la hora de
enfocarla, pero partiendo de la base de que cuando decido leer una novela la
hago mía y como tal la disfruto, bien podría salirme por la tangente, decir que
me ha parecido una novela fantástica, que me ha tenido pegada a sus páginas por
la intriga que el autor ha sabido imprimir en cada página y que, por todo ello,
es una novela imprescindible. Lógicamente, hablar en esos términos me
resultaría comodísimo, pero me engañaría a mi misma y lo que es peor, a
aquellos que acostumbráis a leerme, línea a línea, párrafo a párrafo o a quienes
los sortean como pueden por lo mucho que me extiendo a veces y acostumbran a
plantarse directamente en el apartado “conclusiones” y eso que se ahorran.
Así que iré por partes,
comentando tanto lo que me ha gustado como lo que no me ha convencido y dando
mi punto de vista, siempre subjetivo, porque si algo me ha generado la lectura
de esta novela es, precisamente, algunos detalles que entiendo que me han
faltado.
Esta novela es mi primera
incursión en la obra de Andrés Pérez Domínguez, algo que no sé si es una
desventaja o todo lo contrario, pero como tengo entendido que el autor no es
muy aficionado a repetir fórmulas y sus novelas no suelen parecerse en nada, ni
en situaciones ni en recursos, está claro que el efecto sorpresa que el poso de
su prosa ha dejado sobre mí se repetirá más a menudo, por lo que, tras haberle
leído, he de decir que me encantará repetir con él.
Siempre he pensado que una
novela debe seducir en las primeras páginas, luego la destreza del autor hará
que todo vaya rodado para convertirse en una gran obra. Cuando se trata de una
novela corta, como es el caso, la intriga debe anticiparse cuanto antes mejor. Y
está claro que Andrés Pérez Domínguez sigue esta misma premisa, porque en la
segunda página de su relato nos hace esta confesión:
“Tampoco hay demonios en esta historia. Ni gente rara. Los únicos que guardan un pasado oscuro en sus maletas somos nosotros, y quizá es de nosotros de quienes los vecinos han de tener miedo. Porque somos unos monstruos. Clara y yo, los dos, cada uno tiene su parte de culpa, pero entonces, la tarde que llegamos a la urbanización, todavía no lo sé. O, mejor, para ser sincero, debería decir que todavía no he querido reconocerlo, que me da miedo asumir la verdad, que quizá llevo engañándome mucho tiempo, mirando para otro lado porque no quiero ver mi mundo patas arriba”.
Y, para rematarlo, a
continuación no nos queda otra opción que seguir leyendo, porque ya nos ha
inoculado el virus de la curiosidad:
“…Pero todavía no sabemos que vamos a ser dos náufragos sin posibilidad de salvación cuando llegamos a nuestra nueva casa, que ya hemos perdido la batalla mucho antes quizá.”.
Como podéis comprobar por
los dos párrafos anteriores, la novela está escrita en primera persona por uno
de los dos protagonistas, Jorge (aunque desde mi punto de vista es “el
protagonista”). Ya sabéis, porque lo he repetido en muchas ocasiones, que soy
más partidaria de las novelas relatadas en tercera persona y, si es posible,
por un narrador omnisciente que nos haga llegar todas las versiones de una
misma situación porque conoce todo lo que piensan y hacen cada uno de los
personajes y así nos los transmite. Por otro lado, es bien cierto que hay
novelas cuyo mejor recurso, bien porque tengan carácter testimonial o por
cualquier otra razón, es que están narradas en primera persona y cuando es así,
me parece todo un acierto. Sin embargo, aunque creo entender lo que Andrés
Pérez Domínguez pretende, a mi no me ha convencido.
Y digo que creo entender
lo que pretende Andrés Pérez Domínguez porque a lo largo de las poco más de
ciento sesenta páginas de extensión con las que cuenta el libro, más que leer
me he sentado a escuchar lo que el protagonista quería contarme. Lo he sentido
como ese amigo que un buen día queda contigo para tomar un café y te explica
sus problemas más íntimos. He notado su cercanía y me ha hecho cómplice de
todos sus secretos. O casi todos. Y una vez terminada la larga charla, no sólo
he sentido la necesidad de llamar a su esposa, para que me contase su propia
versión porque había unos cuantos detalles que no me cuadraban, sino que he
sentido que su deslealtad para con ella era más que evidente a pesar del modo
en muchas ocasiones revestía sus actos como si de un marido ejemplar se
tratase.
Porque la historia que
Jorge nos relata es de una sencillez conmovedora en cuento a los temas que
trata: ninguno que no hayan exprimido cientos y cientos de escritores mucho
antes que él y lo que vendrán y, sin embargo, bien por el enfoque, por el tono
empleado a lo largo de la narración o por muchos otros detalles, el autor
consigue atraparte. Son temas tan universales como los celos y los rumores y la
combinación de ambos, aunque no coincidan en el tiempo, se retroalimentan a la
hora de ofrecernos un perfil de Clara ciertamente desconcertante. Por eso
quizás me ha dado tanto coraje llegar al final y encontrarme con un desenlace
tan abierto. Quizás sea, o es lo que prefiero pensar, que el autor haya querido
interactuar con nosotros a través de su personaje hasta en ese matiz, porque os
puedo asegurar que ha conseguido que me metiese en su piel o calzase sus
zapatos.
El orden de la novela no
es lineal, sino que el autor se vale del recurso conocido como “in media res”
para entrar de manera inmediata en la acción, sin presentaciones previas, a
medio camino entre el pasado y el futuro, porque cuando el protagonista nos empieza
a relatar su historia, coincide con el momento en que llegan a la urbanización
una vez que acaban de abandonar el piso donde se consumó la tragedia. Todavía no
sabe lo que les deparará el futuro (o eso nos dice), pero parece convencido de
que está dispuesto a olvidar todo lo ocurrido en sus vidas hasta ese momento,
escondido entre el equipaje y abandonarlo en el cuarto trastero hasta que
llegue el momento en que sirva para alimentar la chimenea. Lógicamente, a
medida que avanza la historia, lo hará contando tanto el devenir diario siguiendo
un orden lineal como los hechos que dieron lugar a su situación actual, para ir
acoplando las vivencias de la pareja, tanto juntos como por separado y que no
nos parezcan historias deslavazadas.
El problema, para mi
gusto, es que sólo parece dispuesto a olvidar para poder dar un nuevo giro a
sus vidas, no que lo esté, porque a medida que nos pone en antecedentes de todo
lo que pasó, lo hace eludiendo su responsabilidad en todo lo ocurrido. Siempre
hay una justificación para su actitud, él nunca hace nada mal. Sin embargo,
cuando según él su esposa tiene un encontronazo con una vecina por un ataque de
celos –más o menos alimentados- él toma la determinación de abandonarla
aprovechando el éxito cosechado en la editorial para la que trabaja y poner
rumbo a América, ¿tierra de oportunidades?. Puedo entender que una persona se
sienta incapaz de vivir con otra que es celosa, pero ¿abandonarla en el primer
acceso? No lo entendí nunca y eso que yo no soportaría vivir con alguien en
esas circunstancias si son reiteradas.
Sin embargo, siguen
teniendo relación por la vía epistolar a la antigua usanza; es decir,
recurriendo a las cartas manuscritas. Eso si, cuando Clara le informa que está
embarazada no duda en volver con ella, pero con tranquilidad, no vaya a ser que
se mosqueen con él en el curro dado que se ha comprometido con la editorial a
estar unos meses allí y no va a ponerlo en peligro. Mientras, Clara aguanta los
efectos de un rumor que se ha llegado a convertir en una auténtica amenaza en
su comunidad de vecinos. Del encontronazo que tuvo casi ha surgido un consejo de guerra con la consiguiente
sentencia: barra libre de acoso moral por parte de todos. Y cuando él regresa
definitivamente a casa, no hace nada por protegerla ni defenderla, sino que en
cierto modo se hace eco de la plaga de improperios que contra ella se lanzan,
llegándose a cuestionar qué parte de verdad encierran. De ahí que le haya considerado
desleal y no haya podido creerme su historia. Por ello, cuando la acción se
traslada al presente, su actitud me parece todavía más ingrata, más
desafectada.
CONCLUSIONES:
Los perros siempre ladran al
anochecer es una novela capaz de mantenerte en tensión a lo largo de todas sus
páginas. No da respiro y, sin embargo, el tono en el que está escrita no parece
pretenderlo, porque de esta novela, al igual que de su título, puedes hacer
varias lecturas: tomártela al pie de la letra o como una metáfora o,
simplemente, a lo largo de las pocas horas que la tengas en tus manos dada su
extensión, pararte a meditar, cuestionarla y, en definitiva, tomártela como el
testimonio de cualquier amigo que tiene la necesidad de contarte algo terrible
que ha pasado en su vida. Cualquier opción es buena y cualquiera diferente. No
obstante, siempre gratificantes.
Si a todo ello le añades
que el lenguaje es sencillo y coloquial, accesible a cualquiera y que los
diálogos, cuando aparecen y se da el caso, son muy fluidos, antes de que te des
cuenta la habrás concluído y tu imaginación se pondrá en marcha porque, ante
todo, es una historia que te hará meditar.